DOS PANCARTAS.
Dos pancartas con casi dos años de diferencia. La primera, que dio la vuelta al mundo de España, nos pareció, en su momento, simplona y falaz. Uno más de esos mantras que se repiten y repiten, para que calen en la sociedad y de tanto oírlo, ésta, lo dé por válido. Emitido y redactado desde un fanatismo que se creía, como todos, con la verdad absoluta. El fanatismo, en contra de lo que sería racional pensar, es integrador, es decir; quién es fanático por una cuestión, es capaz de sumar e integrar nuevos fanatismos.
Así, según los días, y el humor, como quien cambia de vestido, se sale de casa con el rollo de pegatinas de “machista” para usarlo como arma arrojadiza contra quien no defiende el pensamiento único; otras y con más vehemencia, con el de “negacionista”. Estos últimos etiquetadores lo son, en mayor copia que los primeros y acaso, cuando actúan con ese uniforme, más crueles. Ambos actúan desde el absolutismo.
Para los que se etiquetan de machistas, se pide prisión, para los etiquetados de “negacionistas”, se pide la negación de todo: del pan y la sal, de lugar junto a la lumbre en invierno, del derecho al trabajo, del derecho a la salud, del derecho a circular libremente, en fin; de las libertades y derechos fundamentales reconocidos en la tan olvidada y denostada Constitución Española.
Mirando con perspectiva, tras dos años de vergonzosos y vergonzantes toques de queda, confinamientos arbitrarios, comparecencias de sonrojo del señor Simón, declaraciones, prohibiciones e imposiciones de los diferentes virreyes de todas las taifas arengando con embustes y prometiendo paraguas, que resultaron ser rotos, cuyo fin último era dividir a la sociedad, posiblemente, la primera pancarta, a pesar de lo simplona y falaz que nos pareció en su momento, resulte cierta. Solamente habría que hacer una corrección de léxico: donde dice machismo, habría que decir, violencia.
La segunda pancarta es impecable. Define el fanatismo, la sinrazón, el despropósito. Muestra, por añadidura, el poder que tiene el miedo cuya llama es más ávida que la de un incendio forestal.
El Morocho del Abasto