ANALÍA BUETI, QUE 20 AÑOS NO ES NADA

 NOS                   ANALÍA BUETI, QUE 20 AÑOS NO ES NADA

 

            Entre los hábitos europeizantes que nos han invadido y continúan, el de programar los espectáculos para las 20,30h, produce una sensación extraña, con matices, todavía, encontrados. Para el noctámbulo, paradójicamente, estimamos que sirve a sus intereses, pues tras la función se puede ir a cenar tranquila y extensamente y continuar con copichuelas varias o electrizantes bailoteos en las discotecas de moda, si tales locales todavía existen. Antaño, si se quedaba, previamente para cenar, había que hacerlo raudo y veloz, lo cual no predisponía para disfrutarlo adecuadamente. En cualquier caso, la moda actual produce, en verano, el efecto insólito de entrar con el sol en el teatro. En esta ocasión, 12 de septiembre, aunque técnicamente, todavía en estación veraniega, ya anochecía. La anochecida es compañía más adecuada, que el sol me perdone, para el teatro.

            Gusto de llegar con cierta antelación, para ver cómo se van llenando las plateas, la ocupación de los palcos, el tipo de público que asiste, acaso saludar a algún conocido. Así se lo hice observar a mi “acompañantesa”, perdón por el vocablo inventado, pero acompañante, deja indefinido si es varón o hembra, y otros del estilo: pareja, esposa, amiga, hija, amante, definen en exceso.

            Hasta la fila once do nos hallábamos, casi todas las butacas se llenaron; a partir de nos, el aforo resultó más esponjado. No hubo lleno total, era lunes, pero sí una buena entrada. El público, en su mayoría, no era juvenil sobre el carnet de identidad, mas sí sobre el espíritu, abierto a la sorpresa, pues esa avidez de sorpresa es lo que define al espíritu juvenil. Aunque el tango es macho, se cantaba en los de la vieja guardia, o precisamente por eso las damasestaban en ligera mayoría

     LOS-MUSICOS       Tras este extenso preámbulo, que podría haberme evitado, narraré que se apagaron las luces y se alzó el telón con apenas cinco minutos de retraso. Una ilusión visual mediante proyección sobre pantalla nos intentaba adentrar en la ciudad de Buenos Aires con lo más conocido; el Obelisco como seña, curiosamente teñido de rosa y lo desconocido, aunque mítico; el callejón. Los bailarines, de los que nos ocuparemos luego, se constituyeron en figurantes que transitaban por las calles de la proyección. Se fueron tras esta ilusión y del negro absoluto que sobrevino, se destacó el negro pardo de los músicos y algún detalle o refulgir de madera, cuero y marfil de sus instrumentos. Tres músicos, tres instrumentos, básicos, hoy en día, en el tango. El piano, que no lo fue desde sus orígenes, más bien una aportación burguesa posterior en las orquestas estables en un local; un violín, sin el que no se concibe el tango y el alma mater, quizás la esencia misma del tango; el bandoneón.

    LA-DIVA        No sé por qué ley no escrita, la aparición temprana de los músicos no suele acompañarse del aplauso del respetable y así fue, mas aquellos, que habían venido a tocar, así lo hicieron y se arrancaron con una pieza instrumental, tras la cual sí que se aplaudió. Mas, a continuación, fue casi emergiendo, lentamente de un lateral de la escena, el derecho, Analía Bueti, voz e ideóloga del espectáculo, recibiendo, ésta sí, el aplauso preliminar y se arrancó, ella a su vez, con La Canción de Buenos Aires, tango de 1933, mientras dos parejas de danzantes, bailarines virtuosos, ataviados exquisitamente al estilo de la época, recreaban y profundizaban en lo que la letra describía.

            La magia había comenzado y con ella el relato que músicas, letras cantadas y bailes iban pintando. El público hacía su aportación, no todos, algunos; no sé si muchos o pocos, pero cada uno lo integraba en sus vivencias y para cada cual resonaba de una manera. La historia ya no le pertenecía a la Bueti, ni a Manzi, ni a Discepolín. El bandoneón rasgaba para mí, sólo para mí; esa es la magia; la obra se escapa del artista y le pertenece al que escucha, al que siente; al que vibra con ella.

 DEBORA-GUEVARA           No se eligió lo más típico ni tópico del repertorio tanguero, aunque sí el inmortal Volver de Gardel y Le Pera, no en vano uno de sus versos daba título al espectáculo y también el muy conocido Malena de Homero Manzi. Es bueno no limitarse a lo que todo el mundo conoce, pues así, el público poco iniciado va adquiriendo culturilla tanguera; el fondo de armario se va nutriendo.

            A este escribidor, le emocionó especialmente que se eligieran algunos tangos de los que al igual que a las tonadilleras españolas, sin ser autoras, algunas coplas se las considera propias, pues unas fueron escritas para ellas; otras se las apropiaron, porque la canción quiso irse con ellas, así fue emocionante que Analía interpretara los tangos del Polaco Goyeneche. No fue él su autor, pero los hizo suyos; los reescribía con su interpretación. También Analía los hizo suyos, muy al estilo de Goyeneche, pero con voz propia y con su alegría, pues veinte años en Valencia, tiñen de color la gama inicial del gris que se le adjudica al tango. La Última Curda y el extravagante tango, Balada para un Loco, ambos del dúo Piazzola / Horacio Ferrer. El primero lo cantó en un intimísimo con el virtuoso bandoneonista, Luis Caruana. El segundo, absolutamente estrafalario y hasta delicioso con los tres músicos.  Es de justicia mentar a los que aún no han sido presentados: Mariano Sicardi al piano, y Emiliano Pérez al violín. También Gardel cantaba con una alegría, un poco traviesa, que aliviaba la pena de la letra. Esto último es apreciación de un servidor; no lo tomen por dogma.

     ELEONORA-HEIM       Añadiremos, por si no se trasluce, que no se trata de un recital al uso; es un espectáculo cuya estrella principal es el tango, con alguna milonga, algo de folclore, mucho de vestuario y muy acertado; el attrezzo a la altura de las mejores producciones de la BBC y mucho baile. Delicioso baile; maravillosos danzarines. Dos parejas como se ha dicho: Débora Godoy danzando por arriba y por abajo, junto a Carlos Guevara; el maravilloso bajito Guevara y Eleonora Rosaminer, alta y estilizada, deslizándose entre el vigoroso y fornido Adrián Aníbal Heim.

            Todo fue un fluir: Cantadas historias de amor y desamor con danzarines arropando; cantadas historias sin danzarines para que éstos pudieran cambiar su atuendo. Piezas descarnadamente musicales para que todos pudieran mudarse…

            Tan solo los músicos, ese sufrido colectivo no abandonó la escena salvo en una pieza para mayor gloria del bandoneonista. Tan solo los músicos son capaces de soportar una gira con un solo traje y acaso otro de repuesto.            

            Verán, para este españolito que les habla, aficionado a las canciones desde esa etapa orillera entre la infancia y adolescencia, el primer cantante del que supo de su argentinidad fue Jairo. De entre su extenso repertorio, una canción muy querida, sonó linda, muy linda en la voz de la Bueti, la Milonga del Trovador, esa que le compusieran Piazzola y Ferrer. Imaginen la emoción oír cantar lo que sigue: Mi casa es donde canto / porque aprendí a escuchar / la voz que afina en cualquier lugar, / ecos que hay en las plazas / y en las cocinas, / al borde de una cuna y atrás del mar.

       LAVANDERAS     Volviendo a los danzantes, el cenit de su actuación llegó con la recreación de Débora y Carlos para la milonga, Se Dice de Mí, cancioncilla traviesa que resultó jocosa en la desternillante coreografía de sus ejecutantes.

            Queridos lectores valencianos, el tanguero conversa con frecuencia con el bandoneón, a veces como amigo, otras como testigo, a menudo como reencarnación de sí mismo, ese fuelle desinflado que al henchirse expulsa su voz lastimera; su quejido hecho de ausencia y de olvido. No se le culpa, es el compañero que se impregna del alma de quien lo toca, de quien lo canta, acaso de quien lo escucha.

            De los 10 temas que recordamos, fueron más desde luego, cinco hablan del o con el bandoneón: La Canción de Buenos Aires: en un tango dulzón que lloraba el bandoneón… Garúa: Lástima bandoneón… Nostalgias: Gime bandoneón… ¿Qué tango hay que cantar: Decime bandoneón, ¿qué tango hay que cantar?… Malena: Malena tiene pena de bandoneón.

            Si hemos de poner alguna pequeña crítica diremos que lo que se proyectaba sobre la pantalla, de no haber existido, quizás, no se habría echado en falta y que la música en ocasiones se montaba sobre la voz.

            En resumen, un muy digno espectáculo, emotivo para quien les escribe y una velada agradable que invitaba a hablar sobre ello y que aún perdura.

 ELENCO

            El Morocho del Abasto

 

            Fotografías de Miguel Navamuel 

         

           

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