POBRES CAMAREROS

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No perdamos el norte. Por favor.
Cuando entramos en un bar, un restaurante lo hacemos para
tomar un café con un amigo, una comida con los compañeros
o sólo, una cena con una amiga reciente o de toda la vida.

No es un vuelo transoceánico, no es una peregrinación a la Meca
ni una escapada a Petra en busca del rastro de los nabateos, no.
Sin embargo, nos piden un pasaporte y, sin cuestionarnos nada,
lo mostramos. A un camarero que, a su pesar hace de agente re-
presor para que no le reprendan a él.

¿Hemos perdido totalmente la capacidad de discernimiento,
se nos ha ido el último gramo de dignidad o nos da todo igual?

Mansos, mansos, muy mansos. Somos muy mansos. Hemos sido
muy buenos, pero no hemos obtenido ninguna recompensa. Al contrario,
nos dicen, constantemente, que lo hemos hecho mal.

Somos, ahora, mansos en ebullición. La presión va aumentando y podríamos,
en cualquier momento, estallar. Aviso para navegantes.

El Morocho del abasto.

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