Un padre y un hijo, por esos avatares de la vida, van a cenar solos. Sus chicas los han dejado ¿cautelarmente? El caso es que no están y han de cenar solos. ¡Pobrecitos! En un intento de suplir tan dolorosa ausencia, aunque quizás no sea por eso, hay vino. Buen vino. ¡Muy buen vino!
El padre, de una edad… Digámoslo de otra manera: el hijo, adolescente, es más joven que el vino y el vino es más joven que el padre. Un Gran Resera…, el vino, aunque el padre quizás también. Pero a lo que importa: el progenitor hunde la punta acerada del sacacorchos en el corcho. Antes ha cortado la cápsula, como es menester. Con el sacacorchos comete un error: tras haber sepultado la parte conveniente del tornillo, comienza a extraer, de forma distraída, mirando al vacío y accionando las palancas; el sacacorchos es de los de mariposa. Cuando vuelve del vacío, se percata de que el corcho, veinteañero, se desintegra. No tiene la suficiente consistencia para sacarlo de una pieza. Una siembra de corcho se derrama sobre la mesa. Pero está seco; subyace una confianza razonable de que el vino estará bien conservado. Pero hay que usar otra herramienta. En el cajón de primeros auxilios localiza el sacacorchos de láminas. Hunde primero la lámina más larga entre el corcho y el gollete de la botella y luego hace lo propio con la lámina corta. Gira con cuidado y consigue sacar el corcho erosionado. Sin embargo, concesión a la fatalidad, no pocas partículas del mismo han caído sobre el caldo añejo. Hay que filtrarlo, consiguiendo con esta decantación una aireación no prevista pero sí muy conveniente.
Al trasluz, en la jarra de decantación, se adivina su color rubí, caoba y lo que ustedes quieran. Él es un catador plebeyo y no advierte reminiscencias…, pero sí tránsito aterciopelado y sabor a madera y a Rioja, que es a lo que debe saber. El hijo, sorprendido por el servicio en jarra quiere oler y huele y asiente: no huele mal.
—Prueba —ofrece el padre.
El chico prueba y concluye que se deja beber, pero vuelve a su Aquarius de limón. La carne está muy bien asada. Por su espesor se escapa de la designación de filete sin llegar a la de entrecote. Unos cristales de sal gruesa, caídos con parquedad, unidos a un rocío de aceite de oliva virgen han entrado en colaboración con los jugos de la ternera, sublimando cada bocado que se hace exquisito alternado con someras libaciones del vino decantado.
En tal estado de éxtasis, sin una razón aparente, se abrieron paso los versos de la canción de Serge Reggiani:
Mon petit enfant
Ce soir mon petit garçon mon enfant mon amour
Il pleut sur la maison mon garçon, mon amour
Comme tu lui ressembles
On reste tous les deux
On va bien jouer ensemble
On est là tous les deux seuls
Ce soir elle ne rentre pas, je n’sais plus, je n’sais pas
Elle écrira demain peut-être nous aurons une lettre
Il pleut sur le jardin
Je vais faire du feu
Je n’ai pas de chagrin
On est là tous les deux, seuls
…
Y otra :
Les Mensonges d’un père à son fils
Tu verras
Les amis ne meurent pas
Les enfants ne vous quittent pas
Les femmes ne s’en vont pas.
…
Manuel de Français