Y NOS PARAMOS A ESCUCHAR.
Fue por azar, siempre el recorrido entre dos puntos es azaroso, aunque estuviera premeditado. Había congregado un grupo de gente, no diremos ni más ni menos de los que eran; no llegaría a 200. Y nos paramos a escuchar. ¿Es el número importante? Veremos que no.
La concentración era ante un conocido hospital valenciano que porta el nombre de un ilustre médico valenciano, nacido en Godella que, a buen seguro, creemos, se rebelaría contra la deriva que ha sufrido la práctica de la medicina. Se pedía, los congregantes lo hacían, exigimos, rezaba una de las pancartas, “un debate científico; es urgente y necesario”.
Este escribidor se pregunta: ¿es esto un dislate?
Otra pancarta decía: “¡No al Certificado! Los Españoles son iguales ante la ley.” Una más expresaba: “El Pasaporte Covid es ilegal. Pisotea nuestra Constitución.”
Considerando España un país de derecho así es. La Constitución sigue estando vigente. ¿Por qué entonces, todos los que la pisotean, nuestros más altos gobernantes se van de rositas? Nadie los importuna, nadie les pide responsabilidades. El poder judicial, poder independiente del Estado español, no los encausa. ¿Son colaboracionistas?
Intervinieron representantes de las diferentes plataformas convocantes. Una señora, quizás independiente, verdadera madre coraje, relató como su hijo, Aitor, murió al principio de la llamada Pandemia, en verdad plandemia, Murió por falta de asistencia. Murió, sin que le realizaran una sola analítica, bajo el pretexto del Covid, con el diagnóstico de gastroenteritis, cuando en realidad feneció por una peritonitis; por no haber sido atendido. El hospital vacío; sin presión; sin saturación: sin agobios. No le atendieron, en el nombre del Covid. Todos escuchábamos en silencio; angustiados; incluso el tráfico dejó de oírse. Escuchaban emocionados hasta los agentes uniformados, ocultos tras de sus barbijos; los únicos que los portaban. ¿Es el número importante? Vemos que no.
Se exhortó a los médicos, sanitarios en general, escuchando o no, al otro lado de los muros del edificio sanitario, siguiendo ciegamente protocolos absurdos, a que dejaran de ser cómplices en la deriva deshumanizadora por la que transita la sanidad.
Se preguntó al jefe de Servicio, doctor R. Z, presumiblemente ausente; no olvidemos que la concentración fue en sábado, que ¿por qué, por qué y por qué?
Se advirtió que los sanitarios en general, salvo honrosas excepciones, habían perdido la confianza de los ciudadanos, es más; la mayoría sentía terror ante la idea de tener que pisar un hospital.
Se ha dejado de tratar las enfermedades que siguen existiendo; el Covid, aunque se empeñen, no lo ha borrado todo. Los test cuya designación coincide con las siglas del Partido Comunista de Rumanía, invalidados por su creador, Kary Mullis, premio Nobel de Química en 1993, como diagnóstico para enfermedades víricas, no hacen más que engrosar la fraudulenta incidencia acumulada.
Todo encaminado a promocionar e inocular el medicamento milagroso. El que nos iba a salvar de todo y no lo hace de nada. Un tratamiento génico que tenía una autorización temporal y experimental que ha caducado. Pero se sigue suministrando. Se sigue presionando para inocular; dos dosis, tres dosis; nunca se tendrá la pauta completa. Son insaciables.
Ahora a los niños. Primero los de doce en adelante, ahora, a partir de los cinco años. En proyecto los de meses.
No llegábamos a 200 los asistentes, guardias incluidos. Pero a todos nos caló el mensaje. Seguro que a los agentes también. ¿Es el número importante?
Pasamos por allí y nos paramos a escuchar.
EL MOROCHO DEL ABASTO.