Gran Visir

 GRAN-VISIR-PICARON        Gran Visir.

         En Valencia, su pueblo, que no el mío, se me ha muerto José Vicente Albiac, con quien tanto quería. (*).

         Te fuiste galante, como tú eras, cediéndole el paso al zaguán a tus vecinos, a los que no diste tiempo a sujetarte. Fue tu única descortesía; te desplomaste y ya nada se pudo hacer. Tu desplome quedó en el secreto de los íntimos más cercanos, de tus vecinos, de tu familia…

         Sólo cuando tu viuda; que palabra tan frívola: en verdad tu compañera de todas las navegaciones tuvo el ánimo de comunicarlo a los de la siguiente onda, pues el dolor es como un seísmo, que tiene su epicentro y se va extendiendo en ondas… Pues la onda me llegó veinte días después, mientras caminaba por una de las callejas de tu centro querido. Amparo, me dijo: ¿estás sentado? Y se cortó la comunicación. Al cabo de unos minutos volvíamos a hablar, pero ya no era necesario; ya lo sabía.

         He tardado un tiempo en decidir si escribir para mí y con ello explicarme, acaso para Amparo y dejarlo en una nueva complicidad que nunca tuvimos, pero descifrando el enigma, lo escribo para ti y aunque eras celoso de tu intimidad, tengo el pálpito de que apruebas que lo esparza a los cuatro vientos, como las cenizas de una amistad que tan sólo la muerte ha conseguido cremar. Amigo ausente pero presente, escribo para ti, pero a la vez para que todos puedan leerlo, pues las líneas que siguen no hablan de mi dolor, sino de ti y de la alegría de haberte conocido.

         Ando algún tiempo pensando, quizás unos años, que en los tiempos cibernéticos que corren, el que cruza la línea postrera, aparte de lo que lleva en los bolsillos, cachivaches en los cajones, acaso algún secretillo entre las páginas de un libro, deudas o algún patrimonio suculento; afectos y llantos, deja un mundillo intangible relativamente moderno: Claves de telefonillo portátil, listas de contactos, escritos en alguna carpeta recóndita del computador personal, enlaces y publicaciones en las redes sociales… Queda por tanto, un ordenador mudo y ciego, como una piedra y unas historias inacabadas acaso en Facebook, Twitter u otras redes.

  GRAN-VISIR-MIRANDO-WEB       Tu última publicación en Facebook es del 22 de abril del presente, 2018, en el que una foto muestra un caballo yaciente sobre un adoquinado y un mensaje que reza así: Hola a todos, ¿podéis firmar esta petición? NO MáS COCHES DE CABALLOS EN SEVILLA. Desplegando la noticia se lee que, con alguna frecuencia mueren caballos en las calles de Sevilla de inanición, de fatiga y de exposición al sol mientras transportan turistas. Nunca firmo peticiones, pero he hecho una excepción; no por la causa, sino por ti; es mi pequeño homenaje.

         Sé que te hubiera gustado, pues los animalitos, como decías, te tocaban la fibra sensible, como la naturaleza en general, y el mar en particular, ese mar mediterráneo que aprendiste a amar, acaso cuando empezaste a rondar a tu chica cabañalera. Ese mar y ese puerto de Valencia, que fue joya del Mediterráneo, ahora en retroceso y camino de nada; contenedores impersonales para el turismo masivo… ¿Y la lámina de agua?, te preguntabas y les preguntabas desde la terraza del ático de una prima que daba a lo que fue el puerto. Mientras yo me asome aquí, respondías en un monólogo para todos los congregados, y pueda ver que la lámina de agua no decrece, aún conservo una cierta esperanza.

         ¿Qué causas perdidas andarás ahora a buscar? Nadie se lleva nada; lo intentaron los antiguos egipcios haciéndose enterrar con sus riquezas, pero tú, estoy seguro, te llevaste un bolígrafo, un carboncillo, o más modernamente una Tablet, para perseguir a los arcángeles, a las almas en pena, a los resucitados; a toda fauna celestial o en tránsito que hallares, para pedirles una firma por la salvación de las ballenas celestes, las encinas del purgatorio o los cachorros huerfanitos.

         Activista antitabaco de vocación, fraguada como todo lo que perdura; desde la infancia, cuando cada cajón era un almacén tabaquero, cuando en la Ciudad Luz: Valencia, ríanse de París, la niebla sempiterna en la casa de las cinco de la tarde, niebla de humo de cigarro lo cubría todo. Tus evocaciones de niño lo eran de un señor todopoderoso y todo-fumante que, aun perdiendo dedos por el mal que le minaba, entonaba odas al dios del tabaco para que al menos le conservara dos para sujetar el cigarrillo.

         Evocaciones, hechos que no presencié, pero tu relato minucioso me hacía vivirlos y aún hoy recuerdo, como si a mí me hubiera pasado, la meticulosidad dominguera con la que tu madre, esa dama que te precedió por poco en el viaje postrero, te vistió con zapatos charolados y calcetinitos blancos, como correspondía a un niño bien, para las pruebas de ingreso al colegio religioso por ella pretendido. La primera prueba fue de gimnasia, me dijiste y añadiste: ya me parecía que aquellos niños vestían muy raro.

         Anécdotas que podrían quedar en lo privado, pero ¿no es la obra cumbre de la literatura española y universal, otra cosa que las anécdotas y vicisitudes de dos amigos tan dispares como Sancho y don Quijote? No aspiramos, misión imposible, a la gloria de Cervantes, ni tan siquiera a la Glorieta de Quevedo, pero fuimos Sancho y Quijote; que cada cual haga el reparto, como en aquella tarde ventosa antecámara de tormenta. Tu clienta la Reina del Cabañal, reclamaba como suyos los terrenos ante un inmueble que también pretendía. Allá nos fuimos: los terrenos, en verdad eran todo un frente litoral de costa, de playa de la Malvarrosa. Y como quien no quiere la cosa, Quijote y Sancho, Sancho y Quijote se pusieron, nos pusimos a medir la playa. Jalones, jabalina en nuestro argot, mira telescópica, cinta métrica vencida por el viento… Coreografía de locura, vociferando medidas, el papel que se doblegaba por la fuerza de Eolo, negándose a recibir el apunte de un Sancho alfabeto. Extenuación y júbilo resultante. ¡Mi señor don Quijote, hemos medido la Malvarrosa! Hoy, mi señor don Quijote, mientras esto escribía, busqué entre carpetas vetustas, la anotación imposible, el croquis maltratado, acaso el plano resultante. Afortunadamente, para no sonrojarme de lo naifs que fuimos, el papel no apareció.

         Aquella tarde, tuviste un descuido, se te olvidó que el mar es de todos y de nadie, la playa también, o ¿es que quisiste certificarle a tu clienta la ilusión de que podría acotar la playa? Claro, ella venía de aquellos tiempos en que esto y casi todo era posible.

         Para un piscis como tú, cualquier pretexto para recordarlo era bueno, cefalópodos, lamelibranquios, crustáceos, pescado blanco azul y el rojo salmonete, todo animal marino comestible era bien recibido en tu mesa. ¡Ah, como buen piscis…!, repetías. Un día, continuando en esta clave marinera, recuerdo cuando me contabas tu teoría, una de ellas, filosofía de bon vivant. No quiero empeñarme ni en coche ni en piso, si para ello tengo que renunciar a mi forma de vida. Si por ir apretado tengo que renunciar a la mojama y recurrir a la humilde sardina; no por devoción, pues voluntariamente la sardina es exquisita, pero si es por renuncia no quiero. Por lo tanto, no quiero ni ese coche ni ese piso, que me haga caer en esta renuncia a los placeres cotidianos.

DE-ECONOMIA-WEB         ¿Cuántas cosas quedan por escribir? No hablo de lo pasado, mas de lo que estaba por venir, o así lo creíamos. Y si de escribir hablamos, quedan vacuas aquellas páginas de economía que íbamos a escribir según una forma muy particular de entender el toreo al alimón: Tú las inspirarías y yo las escribiría. Más que como escribano, como un amanuense con opinión.

         ¿Cuantas raciones de puntilla de calamar, amigo piscis, se quedan por ser consumidas mano a mano, tête a tête, como dice el afrancesado que llevo dentro y que a ti tanto te gustaba que sacara a pasear? ¿Cuántos hectólitros de cerveza vamos a perdonar? No puedo tomar ni beber el doble; son censuras propias de cumplir años, pero sí que seguiré haciéndolo por los dos. Allí ´en ese local, donde tú, como entendido, decías que se servía una de las mejores puntillas.

         En Valencia, su pueblo, que ahora también es un poco el mío.

         Desde el Escorial de Godella a 12 de junio de 2018.

         Manuel Salvador Redón

(*)        Los grandes poetas del pasado, esos que el pueblo canta, movidos de su generosidad, permiten que los que no tenemos su talento usemos de sus versos y los adaptemos a nuestros estados de ánimo, a veces transformándolos. Claro, que lo pobres, ¿qué van a decir?

        

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