EL OFICIO MáS ANTIGUO DEL MUNDO.
Leí hace unos días, no recuerdo dónde y lo lamento, pues me gusta citar correctamente, pero vaya por delante lo que recuerdo. En Italia, cuando la situación por coronavirus era similar a la nuestra de ahora, una noche, un hombre, saltándose el confinamiento salió a la calle. Fue sorprendido. Salí con la esperanza de encontrar una mujer —dijo avergonzado.
Cuando hay bombardeo voraz de información, veraz o no, lo oído, lo leído, suele tener una permanencia efímera en la recámara del recuerdo y tal vez, esta escena, aunque llamativa, hubiera corrido igual suerte. Pero quedó latente hasta que otros acontecimientos vinieron a rescatarla del letargo en la memoria de este escribidor. Las medidas de ayuda económica promulgadas por el gobierno y expuestas por el presidente Sánchez, así como las de carácter social expuestas por el vicepresidente segundo, en teórica cuarentena, licenciado Iglesias.
Gigante voz que el caos
ordena en el cerebro,
y entre las sombras hace
la luz aparecer;
Así de bien, expresaba el maestro Bécquer lo que debió de ocurrir.
¿Y las meretrices —pensé?
Un colectivo que no existe en el mundo oficial, pero sí en el mundo real. ¿Miles de mujeres en España? ¿Decenas de miles? ¿Quién lo sabe? ¿Son trabajadoras? ¿Debieran tener derechos laborales? ¿Y sociales, los tienen?
Quién diga lo que voy a afirmar a continuación, será sin duda maldecido por ello, pero hay que rendirse a la evidencia; ¡cumplen una función social! No queremos con ello decir que sea lo ideal, pero ¿es que acaso el ser humano es un dechado de virtudes?
El presidente Sánchez expuso que aquellos autónomos que perciban que su volumen de negocio se siente resentido en un porcentaje, no sé cuál… O ¿es que acaso las meretrices, no son asimilables al colectivo de autónomos? ¡Claro qué no —dirá algún clarividente! Son falsas autónomos al servicio de un proxeneta. Y ¿qué son gran cantidad de autónomos, sino falso autónomos al servicio de un proxeneta?
Las autoridades, con buen criterio, han mantenido los estancos abiertos, entrando en contradicción con las campañas paternalista-protectoras por la salud del ciudadano. Sencillamente porque si se prohíbe el acceso al tabaco, el motín que se puede organizar, sería de guerra civil.
La otra pulsión primaria, la del arrejuntamiento por medio de amores mercenarios, siempre se ha procurado de forma clandestina, así no existiendo oficialmente, no se ha podido prohibir, más allá de lo que supone la limitación de movimientos de todo ciudadano.
Pero ocurre, que cuando hay miedo, como lo hay, somos tan deshonestos que nos volvemos “honestos”. Así estas samaritanas del amor, según piadosa definición de José Luis Perales, habrán visto mermado y no poco su volumen de negocio, que con frecuencia no era sino el de la mera supervivencia.
Y cabe preguntarse:
-¿Qué medidas para su bienestar habrán pensado los servicios sociales del señor Iglesias?
– ¿Habrán pensado algo las feministas militantes y activistas, más allá de castigar al usuario de sus servicios?
¿Castigar, prohibir, multar? No parce que las cosas hayan cambiado tanto.
El Morocho del Abasto.