LOS CAMAREROS.
Durante los primeros meses de esta enfermedad, tristemente, de moda, se nos dio a muchas criaturas humanas la idea inducida de salir a aplaudir a los sanitarios. Entonces no lo sabíamos, puede que ellos tampoco, los de primera línea, que otros colegas suyos, estaban, como la mayoría de los ministros desaparecidos.
El caso es que luego hubo iniciativas de poner el foco del mérito en otros colectivos, a saber: transportistas, agentes del orden de todos los cuerpos, cajeras y empleados de los súper y mini mercados, tiendas de alimentación, agricultores, ganaderos, pescadores, taquilleras del metro y si me dejo alguno, no vean mala idea, sino olvido imperdonable. A este escribidor, le gustó especialmente cuando algunos se acordaron de las señoras de la limpieza y limpiadores en general. También hubo gente bienintencionada que sin pertenecer a estos colectivos laureados o aun perteneciendo, se les dio por hacer su personal voluntariado ayudando en lo que creían útil. Para todos ellos mi reconocimiento, que por otra parte no precisan.
Diez meses han pasado en que algo se ha aprendido, mucho no se ha querido aprender, mucho más se ha atropellado. Ahora viene el tópico y frase recurrente, que no podíamos dejar de emplear y empleamos: Podemos ver las cosas con cierta perspectiva.
Mi perspectiva, como geómetra, razonablemente entrenado, me hace poner el foco, como punto de fuga al que todos los rayos convergen, en los camareros. En gente de la hostelería, sí, pero especialmente en los camareros. En los empresarios hosteleros, sí, pero especialmente en los camareros; muchos de ellos lo son a su vez. En todos los oficios: cocineros, pinches, friegaplatos… en todos ellos, pero especialmente en los camareros.
Son el único colectivo en mantener durante toda su larga jornada laboral la mascarilla. Me dirán, eso es inexacto, señor escribidor. Si lo dejamos ahí, es inexacto, pero es que aún no concluido la frase. Lo hago ahora, recomenzando. Es el único colectivo que manteniendo durante toda su larga jornada laboral la mascarilla, todo el que ante ellos llega, para gozar de sus atenciones, su primer acto reflejo, es quitarse la mascarilla y respirarles a la cara. Incluso esos médicos que intentan diagnosticarte por teléfono. Esto, así expresado, parece exagerado, pero piénsenlo un poquito, Puede que el juicio no sea tan temerario.
La hostelería, siendo un espacio creado a priori para el placer de sus parroquianos, podría parecer una actividad un tanto libertina, relajada, golfa… Sin embargo, ha demostrado ser un sector muy profesional y muy disciplinado. Además, un colectivo que a pesar de las muchas cortapisas que se les impone, quiere seguir trabajando. El agravio comparativo con quienes teniendo el sueldo asegurado, utilizan la enfermedad en boga como excusa para escabullirse de sus funciones es demoledor.
Se les dice, hay que poner pantallas protectoras y las ponen. Sólo se puede consumir en terraza y lo cumplen. Ahora no se puede fumar en su terraza, pero sí un metro más allá y ejercen de policías. Ahora pueden consumir en mesa y no en barra; lo cumplen. Ahora en mesas, sólo el 70 por ciento y lo hacen. Después el treinta; pues el treinta. Hay que cerrar máximo a las 12, pues hala a cerrar. No, ahora a las cinco, pues venga hasta las cinco. A mí no me prohíbes abrir, pero me obligas a cerrar dos horas antes de que empiece mi especialidad, luego me dejas, que bondadoso, que sea yo quien decida no abrir. Pues me condenas a la pobreza, a la miseria. Me impides que el que trabaja en un polígono hasta las diez de la noche, pueda venir a mi local a tomar una meriendita, pero si puede comprarla en la gran superficie que está al lado.
Gestores de Pandemia que, bajo la bandera de la salud pública, como si ese fuera su objetivo, en cuanto sube el índice de contagios, tienen como prioridad restringir, apretar, extorsionar, en definitiva, no dejar trabajar a quien teniendo ganas, posibilidades y mercado potencial lo haría.
Medidas arbitrarias, prohibiciones que sólo causan dolor humillación y pobreza.
Este escribidor pregunta a los cameros. ¿Conocéis algún compañero de profesión que se haya contagiado?
El último a quién se lo pregunté, tras una buena comida en una mesa aislada a muchos metros de la más próxima, viendo, a través de la vidriera comensales, pocos, con vocación de pingüinos en la terraza a tres grados positivos, me respondió: A ninguno, pero jefes, que no atienden a los clientes, muchos.
Recientemente, los bares, ante el poco margen de negocio, siguiendo el ejemplo de las eléctricas, han subido sus precios. Los gestores de pandemia están consiguiendo, poco a poco, que los bares, tan populares, vayan convirtiéndose en espacios de lujo, como en muchos países de la llamada Europa próspera, en que tomarse una gaseosa cueste un potosí.
El español medio es capaz, en muchos casos, de perdonar a sus políticos que les roben, que les mientan, que formen gobierno aquellos que no están legitimados por los votos para hacerlo, pero sí por truculentos pactos y otras tropelías más que sería largo enumerar.
Pero no tolerarán que los dejen sin bares. Aviso para navegantes.
El Morocho del Abasto.