Aznavour en Madrid-2015
Hay cosas que no debieran ser. Un ejemplo: programar un concierto de Aznavour en un palacio de deportes, rebautizado con el poco atractivo nombre de Barclayscard Center, aunque sea en Madrid; no pega, chirría.
Pero ¿qué quieren?, el Escribidor de Bitácoras es mitómano y decide ir. Es una ocasión añadida para volver a la Corte, lo mismo que Aznavour, unos treinta años después. El barrio es tranquilo, aledaños del eje viario Doctor Esquerdo. Como la fatiga es grande, el taxi le deja ante la fachada del recinto. El Escribidor ha seguido a la “vedette” (en francés tiene otras connotaciones) en el Forum de Liège, en el Palais de Congrès de Paris, en el Liceu de Barcelona… Este edificio da ganas de llorar. El acceso no es por donde todos creen, sino por otra fachada, donde nadie cree, pero es. Ante ésta, un grupo de jóvenes sub-veinte en actitud de sentada pasiva… Más tarde le apuntan que quizás estén esperando para ciertos conciertos. Bueno, confiemos en el interior.
Tras el control de entrada, un recorrido similar al realizado por el exterior, hay que ejecutarlo ahora por el interior. Pero además, hay que bajar niveles y niveles, hasta un cierto inframundo. Se accede por un lateral a la gran sala donde una gran neblina recuerda a una clásica velada de boxeo de una película de cine negro, en blanco y negro. Las partículas contaminantes ascienden hasta una bóveda de un cielo también negro.
Los espectadores que más han pagado tienen derecho a ubicar sus posaderas sobre incómodas sillas numeradas y agrupadas en filas, unidas entre sí por bridas. En un mundo al revés, los de entrada más económica sobre butacas, pero a más de un centenar de metros. En cada recoveco hay una siniestra barra de bar que sirve bebidas en contenedores de plástico a precio de cafetería de la Plaza Mayor. Jóvenes boy-scouts han reciclado su mochila en depósitos ambulantes de cerveza, cola u otros refrescos de los que ofrecen un manguerazo, se deduce que a precios similares a los anteriores. Simpáticas muchachas y algún mocito, de la organización, se muestran obsequiosos para localizarte tu ubicación. Naturalmente aceptan propinas, pero no las imponen como en salas con más pretensiones en París.
Hay quienes visten sus mejores galas para finalmente sentarse sobre sillas más propias de verbena popular. Algunas damas en grupo de a tres, sin sus galanes, seguramente poco sensibles a la Chanson, comparten, como probablemente sus hijas harán a la misma hora, litronas de plástico.
La casi inapreciable presencia de jóvenes y niños; sí queridos lectores: en otras latitudes se han visto familias enteras, tiene varias lecturas. Una, quizás algo rebuscada, aduce que el francés, como lengua, no forma parte del imaginario colectivo; se sabe el país próximo geográficamente, pero en el que se puede hacer valer la lengua única: el inglés. ¿Es peregrina esta teoría? Probemos con otra: el personaje, de edad provecta, gran conocido de los mayores de 50 años en España, es un perfecto desconocido de los más jóvenes; es un viejo. Pero hay una tercera: el chansonnier se cotiza más que una estrella del rock. Los que cuentan aforos aseguran que tan sólo unas 4.000 localidades, de las 5.000 posibles se ocuparon.
Pero atención, la luz escasa se convierte en penumbra azulada y los músicos, se instalan. Sin tiempo para contarlos, se adivinan ocho bultos, aparece, con paso lento pero firme; erguido y flaco, el divo. Los aplausos, preludio y anticipos de los venideros rompen el silencio sobrevenido. Saluda brevemente con el gesto y arranca la primera canción: Les Émigrants, una letra densa, complicada de seguir; tous ensemble, repetía el estribillo. Aplausos. No tarda en hacer su primer parlamento, asegurando que no puede hablar español, parce que vous parlez trop vite (porque ustedes hablan demasiado rápido). Ironía de un nonagenario que canta su canción Désormais, a una velocidad imposible, pesadilla de los practicantes del karaoke.
Ese parlamento, tan temprano, analizado en el conjunto del concierto es avis rara; no habló casi, pero cantó. Una hora y 45 minutos, sin interrupción, sin dar signos evidentes de fatiga, sin intentar las proezas de cuando era un jovencito de apenas ochenta años, cuando al final de su canción Emmenez-moi, evolucionaba como una peonza ante un atónito auditorio. Entró en la dinámica de una canción en francés, una en español, sin errar en la letra, gracias a un sistema que le ayuda, asegura en las entrevistas.
Si de clásicos en sus espectáculos hablamos, cantó con su hija Katia: Je voyage; interpretó su personal La Bohème, con lanzamiento final del lienzo con el que limpiaba unos imaginarios pinceles de bohemio pintor; dobló al lenguaje de los signos Mon Émouvant Amour, acompañado de una corista que se hizo protagonista: Claude Lombard.
El viejo trovador, hoy como siempre, no solo canta sino que interpreta sus canciones. Nuevo parlamento en francés para proclamar que sus colegas “de métier” no se han atrevido a tratar el tema… Suenan los compases inconfundibles, preludio de Comme ils disent, donde comunica con una contención gesticular exquisita, para quién no entienda el francés, la historia de amor homosexual, imposible. Tras los aplausos concluye, en su último parlamento, que el arte debe de tratarlo todo, no solo en el cine, la pintura y la escultura, sino que también la Chanson ha de hacerse eco.
Ha sonado ya su Venecia sin ti, en español, una de las más aplaudidas, pero son sus temas más recurrentes, los que más conmueven, esto es; el paso del tiempo, irrecuperable; la pérdida de la juventud que huye; la pérdida del amor… El escenario es su medio, lo domina, se resiste a no demostrar que algo queda de un torrente de voz… que como el amor… también se está yendo y aparece, aunque discreto, el gallito inoportuno. Pero es en el tono quedo, acaso un nuevo experimento suyo, con la sola compañía de su gran pianista clásico, casi de su generación, donde se reinventa y estremece.
No hubo bises. Salió, reapareció, volvió a salir y a reaparecer, saludó y aplaudió al público. El público en pie, se obstinaba, con su aplauso sin pausa, en conmover su viejo corazón. Pero la luz rompió la penumbra azulada y el respetable se dio por vencido.
El Escribidor de Bitácoras permaneció en su silla de verbena hasta que la mayoría hubo desfilado. Volvió a caer la neblina de una velada de boxeo, pero ya no la vio.
Manuel de Français