UNA, DOS Y TRES

PATXI-ANDION-WEBUna, dos y tres.

Patxi Andión, voz de aguardiente, Che Guevara y Jesucristo Superstar, tiritando en el lecho con Rogelio, soñando con la misma mujer; amigo del Pipo, un perro más, conocido de la Jacinta a la que pellizcó un pobre ciego que reconoció su olor, y de la Tani, las mariquitas sólo saben fregar vasos; conocedor de la Bohemia, la verdadera que huele a blenorragia y a vino peleón; glosador del problema del pueblo: el maestro, pasó una tarde con Antonio Machado, el libro sobre la mesa; la infancia está en guerra ahora, inquilinos de la sombra; una dos y tres, lo que usted no quiera, para el rastro es; bailó con Esteban que no sabe bailar; odia a quien regala palabras, como quien regala flores, le da vergüenza esa luz que tanto brilla y no limpia nada; este es el rastro señores, vengan y anímense; a tus hijos les dio, la ocasión de luchar, a ti solo te dio el favor de esperar; y se marchó oliendo a coño y tabaco; mirando la zagala que baja al río a lavar, va pensando en el vestido que el día de fiesta quiere estrenar; le vendemos barato con el precio en inglés, somos todo lo honrados que usted quiera creer; es un burgués con su traje y bigotito; si yo fuera mujer, no me casaría, nada de pastillas que las tome él; si usted quiere ser macho, le dejamos vencer…, usted salva su facha delante de su mujer y al final si podemos la engañamos también.

La voz de aguardiente que maldecía a los burgueses, se salió de la vía a bordo de un coche muy burgués que quedó para la chatarra. Su cuerpo se encontró, la voz no. A veces me canta, a veces te canta; está en las biografías y en los discos; en la memoria de los que le conocimos.

Descanse en paz.

Juansito Caminador

NOS QUEDAMOS SIN CARLOS EN EL MUNDO (ENTRADA COMPLETA)

            NOS QUEDAMOS SIN CARLOS EN EL MUNDO.

AZNAVOUR

Aclaración previa para la correcta comprensión del escrito que sigue: Carlos, nombre propio, acaba por “s”. Pablo no. Así, si decimos: nos quedamos sin Pablos en el mundo, se entiende fácilmente, sin embargo, Carlos quedaría invariable en plural.

Cuando el niño Charles nació, Carlos ya era un cantor muy popular. Todavía no mundial, aunque ya se había prodigado en todos los cafetines y teatros de Buenos Aires, del interior del país, de los limítrofes de la América Latina y, saltando el charco, en Madrid y en Barcelona. Todavía no había viajado a Paris, donde el niño Charles, que aún no se llamaba así, vio la luz allá por el 1924.

Carlos murió joven en un fatídico accidente de aviación en Medellín, Colombia en 1935, siendo un ídolo, pero pronto ascendió a la categoría de mito y cada día, lo puedo asegurar, canta mejor. Nació en Toulouse, Francia, según la versión más creíble en 1890. Recientemente los uruguayos lo han nacionalizado, esgrimiendo una peregrina idea, según la cual nació en Tacuarembó, Uruguay.

Gardel-1-webCarlos llegó al tango en el momento preciso, cuando éste (el tango), necesitaba una voz y aquél (Carlos), se la dio. Nació así el tango canción, pues hasta entonces era tan sólo musical. Que no era poco. Pero no fue de repente, pues la voz precisaba de letras y éstas de letristas. Y en esto llegó Pascual Contursi. En verdad no llegó, ya estaba. Gardel lo encontró en el Uruguay. Había escrito una letra para el tango Lita de un tal Samuel Castriota. A Gardel le gustó, lo cantó algún tiempo después y más tarde lo grabó con el nombre de Mi noche triste. No diremos que fuera el primer tango canción, pero sí, tal vez, el primero que se grabó y sin duda, el primero en la discografía de Gardel.

Esto son datos que, con ligeras variantes, se pueden consultar en distintos foros. El lector interesado buscando un poco por aquí, un poco por allá, podrá confeccionarse una biografía del gran cantor. No es pretensión de este escrito privarle de ese entretenimiento.

Al tango se le atribuye tristeza, melancolía dolorosa, rencor, lamento de cornudos, pérdida, abandono, muerte… Pero también el amor, la cuestión social y el propio tango como tema de tango. Todo lo cantó con un sustrato, sin embargo, de optimismo. Una recóndita alegría que se abría paso entre el sempiterno lamento. La alegría era, … es su voz. No soy entendido, pero aquí adivino que cabe el concepto del color de la voz. Veo un color azul celeste en medio de las brumas del 1900. El tango, no puedo por menos de evocar, según un locutor de la radio de los ochenta, probablemente Manolo Ferreras que establecía el momento de nacimiento del tango canción: Cuando una bandada de desheredados de la fortuna echó mano de cantadas orgías de amor y de machismo sin frenos.

Tal vez, lo anterior sea exagerado, pero la voz sonaba y suena clara y limpia, cantaba lo más trágico con frescura. No era una interpretación dramática, es cierto, como otros que cargan las tintas porque así lo viven. “Siempre me ha parecido descubrir una escondida alegría en tu lamento” Así lo canta Antonio Bartrina, Malevaje en su tango, Tango Amigo. Parece dedicado a Gardel, aunque lo está al tango, que al fin y al cabo es la misma sustancia.

Dicen los que saben, que su voz tenía registros líricos, tenor primero, evolucionando después a barítono y que podría haber cantado cualquier cosa, como así lo hizo, pero siempre palos de la música popular; folklore, vals, son, zamba, cueca, estilo, milonga, serenata, chacarera; incluso jota, pasodoble y fado y por supuesto el tango. Cuidaba su voz pues la sabía especial; cuidaba su atuendo pues fue elegante; el elegante de la canción popular.

Cantaba fácil, o al menos así lo parecía, como muchos años después, fácil ganaba Induráin, o al menos así lo parecía. Pero esa facilidad es condición natural, sin duda, pero también trabajo, dedicación, práctica. Gardel gesticulaba, era expresivo, sonriente, amable con la gente que se le acercaba; así lo percibo. Cuando nadie viajaba, él lo la hacía; cuando nadie grababa, él lo hacía. Más de 2000 grabaciones entre Buenos Aires, las más; Barcelona, Paris y New York. Pero esto son datos, una vez más, que hablan, sin embargo, de actividad trepidante; no olvidemos que murió con 45 años.

En nuestros días, el mito no ha muerto; nuevos adeptos se suman, calculo; cantor para grandes minorías. Grandes minorías que no se acobardan por el constipado y reumatismo que presentan esas viejas grabaciones. Mala salud de hierro, diría Sabina, Joaquín.

Si intensa, prolífica. condensada y corta, según las percepciones actuales, fue la carrera de Carlos, la de Charles ha sido intensa, prolífica, dilatada y larga; muy larga. El gran éxito le llegó tarde, en términos relativos, claro, poco antes de los 40 años, pero ha mantenido el nivel y el interés del público hasta el último de sus días a los 94 años de edad. “Sur ma vie”, se cuenta fue su primer gran éxito y “Je me voyais déjà” parece ser el testimonio de esos años en que el éxito se soñaba, pero no llegaba. Aunque nunca reconoció escribir nada autobiográfico. Mantuvo con presunción, casi con desafío, esa entelequia de que cualquier parecido con la realidad, personal, es mera coincidencia.

Affiche-Aznavour-1-webGardel es la voz y Aznavour la canción. Esto, así expresado, tan contundente, no es una opinión; es un sentimiento. Gardel no sabía música, qué ironía: no sabía escribir música, pero la tenía interiorizada. Tamborileaba, tarareaba una melodía, cuando ésta le venía al espíritu y un amanuense musical la escribía. Así hay algunas partituras firmadas Gardel. Aznavour, tuvo una escolarización corta. Conforme fue creciendo, supo reconocer sus carencias y se fue formando, sobre todo con lecturas, pues comprendió que culturizarse era bueno para su trabajo: vedette de varietés. En español, se escribe así, pero no significa lo mismo que en francés.

2-CHARLES-AZNAVOUR-SILHOUETTE“Que c’est triste Venise”, Venecia sin ti, en español, fue la primera canción que éste mitómano escribidor recuerda. Y cuando muchísimos años después la escuchó en vivo y en directo supo, reconoció, que hay vidas que tienen una banda sonora.

Gardel, cada día canta mejor, Aznavour no será un mito, ni falta que le hace; los mitos mueren jóvenes: será “la grande vedette des variétés, le grand chansonnier”.

Y hay algo que los une, algo travieso quizás: aquél nació Charles y se hizo Carlos, el otro nació Shahnourh Varinag y se hizo Charles. Ambos nacieron en Francia, el primero en Toulouse, el otro en Paris. El primero se hizo argentino universal, el otro francés para el mundo. De ambos nos quedan sus canciones, muchas, muchísimas; sus películas, más del segundo que del primero.

Nos quedamos definitivamente sin Carlos en el mundo, pero luego escucho Volver o La Bohème y compruebo que es falsa alarma; me siguen acompañando. ¿No les pasa lo mismo?

Juansito Caminador y Manuel de Français.

NOS QUEDAMOS SIN CARLOS EN EL MUNDO.

            NOS QUEDAMOS SIN CARLOS EN EL MUNDO.

 LOS CARLOS

Haciéndome eco, pero dándole la vuelta a mi amigo El Impenitente , pongo una entrada con título, pero sin contenido, aunque lo tendrá. ¿Cuándo? ¡Cuando lo escriba!

Buenas noches.
A modo de pista, añadiré que, está en la línea de la canción de Alberto Cortez.

Buenas noches de nuevo

El Morocho del Abasto.

ALBERTO CORTEZ. Cuando un amigo se va.

ALBERTO CORTEZ. Cuando un Amigo se va.

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Se nos fue Alberto Cortez en silencio, aunque él no fue un hombre de silencios. Como buen argentino fue gran decidor. “A lo mejor más que viejo, seré un anciano honorable, tranquilo y lo más probable, gran decidor de consejos” (canción la vejez). El silencio se lo dimos nosotros pues ya casi nadie le recordaba, aunque todavía seguía en activo, algo maltrecho, es cierto, pero aún tenía algunos apuntes en su agenda. Ese olvido a este escribidor, fatalmente especializado, últimamente, en obituarios le causa tristeza.

Cuando un amigo se va, entre sus muchas y muy bellas canciones, es el himno que procede como despedida. “Cuando un amigo se va, queda un espacio vacío que no lo puede llenar la llegada de otro amigo.” Otros cantores, quizás, llegarán, aunque los tiempos que corren no parecen reunir las condiciones, el sustrato necesario para forjarlos. Pero no sería en vano que hoy, en que el grito se interpreta, erróneamente, como cantar, alguno de estos vociferadores jovenzuelos, (la Rae no admite vociferos que me gusta más), por azar o por despiste escuchara alguno de sus discos y aprendiera que, aun poseyendo torrente de voz, hay una manera de cantar, de decir la canción.

Se cuenta que debutó, siendo muy joven, con cancioncillas frívolas como “El Sucu Sucu” y otras del folclore americano. En esa primera época “frívola” creó su primer gran éxito “las Palmeras”

Ello le abrió las puertas de otros auditorios, así en su primer concierto “unipersonal” en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, sorprendió a propios y extraños cantando temas de Atahualpa Yupanqui, Dávalos, incluso dos poemas de los 20 de Pablo Neruda y una Canción Desesperada, en concreto los números 15 y 20 que él mismo musicó. En ese mismo recital, estrena su emotiva canción, “En un rincón del alma”. Este escribidor, mantiene su teoría de que los grandes cantores y compositores, de longeva carrera musical, aunque sigan componiendo, sus mayores “hits”, los compusieron siendo razonablemente jóvenes.

Nació así el cantor, no diremos comprometido, pues cantautor, se alejaba un tanto de aquella marca de identidad, propia de una época. Su canción, en general, no era protesta, más bien un canto a la vida. Se celebraba la suerte de vivir, “Qué suerte he tenido de nacer”. Lo cotidiano lo natural, nacer, crecer, enamorarse, eran tratados con sensibilidad poética. Pocas veces su canción iba contra, excepcionalmente, aunque sin saña, “Para ser un pequeño burgués” en la que no falto de ironía, reconocía que tales consejos los podía dar “por propia experiencia”. Su canción era a favor “pro”, evocativa “Mi árbol y yo”, melancólica, sin amargura “Distancia”, “Como el ave solitaria”. Y testimonial. En una sola canción, “El Abuelo”, entendemos porque a los españoles todavía nos llaman gallegos en Argentina. Mas esa hermosísima canción es, por añadidura, la exposición del viaje de ida y vuelta. Va el abuelo y se queda anclao, no en Paris, como en el tango de Cadícamo, sino en la Argentina y a esa nueva tierra entrega su vida. Vuelve el nieto, él, poco importa si es autobiográfica o no, quien promete al abuelo volver a la aldea gallega de la que el viejo salió hace tantos años. Y le habla al Viento del Norte, como antaño lo hiciera el abuelo.

Canta a la amistad “A mis amigos” a los que te dan la vida y con los que compartes lazos de sangre, “Eric Peter y Jan”. Y al amor, ese amor gigante, cuando el enamorado se torna devoto de su amada, sin obsesión, o con ella, “Te llegará una rosa cada día, que medie entre los dos una distancia. Y será tu silente compañía, cuando a solas te duela la nostalgia”.

La lista no acaba ahí, lo anterior es tan solo un esbozo. Mi relato tiene vocación de crear curiosidad en el lector que no lo ha conocido y aportar memoria a quien la ha perdido. Los derechos que tales prospecciones, acaso compra de algún disco, ya no los disfrutará; alguien los percibirá, pero la industria es así.

Se cuenta, que conoció a la Piaf, quién le hizo ojitos, como se los hacía a los mocetones de aspecto latino y se cuenta también, lo escribió él, que de ella adoptó la sobriedad en el vestuario sobre la escena: el traje oscuro, neutro, sin realce de blanco en el cuello ni en la manga, quizás para que el protagonismo, esto lo añade un servidor, no fuera el artista, sino la canción.

Cuando conoció a Brel, Jacques Brel, sobre el escenario, insolencia de juventud, se burlaba de él, por su forma estrambótica de gesticular y de sudar. Renée Govaerts, a la sazón joven amiga de Cortez se enfadaba muchísimo. La mujer belga, su compañera de toda la vida, le hizo reflexionar. Luego, por exigencias del guion, aprendió francés y comenzó a entender todas las cosas que Brel cantaba, la belleza de sus letras y sintió un profundo arrepentimiento.

Este relato llega a Facundo Cabral. Si Cortez, hoy en día está olvidado en España, Cabral es como si nunca hubiera existido. Un sujeto absolutamente silvestre, “No soy de aquí, ni soy de allá”. Este es el título y la letra continua:

Me gusta el vino tanto como las flores

y los amantes pero no los señores,

me encanta ser amigo de los ladrones

y las canciones en francés.

 

No soy de aquí, ni soy de allá

no tengo edad, ni porvenir,

y ser feliz es mi color de identidad.

 

Facundo Cabral murió tiroteado “por error” hace unos pocos años, 2011 en Guatemala. Alberto Cortez murió de tanto usar la vida este jueves, 4 de abril de 2018.

Acérquense a Alberto Cortez. Y este les llevará a Facundo Cabral. Descubran que lo Cortez no quita lo Cabral. Vale la pena.

 

El Morocho del Abasto

Que c’est triste Venise.

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Que c’est triste Venise.

 

Charles Aznavour, mon vieux Charles, mon cher Charles, mon émouvent Charles, mon déchirant Charles, le diplodocus de la chanson française a fermé ses yeux… ses yeux rêveurs toujours grand ouverts, parfois mi clos quand les rêveries arrivaient. Ce jeune agé de 94 ans, depuis 80 de carrière, c’est éteint en apothéose, bossant jusqu’à la fin. S’il regardait en arrière, ce n’était point avec nostalgie, mais avec fierté. Fierté du parcours, fierté du travail bien fait. Peut être, lui qui avait tant vecu, pensait-il que le meilleur était encore à arriver. Ce petit homme, immense, devenu artiste en frappant sur l’enclume,  est la bande sonore de ma vie, de plusieurs vies, de pas mal de génerations durant des décénies.

In avait beau être, ironique, plein de dignité, orgueilleux et, certainement un peu ou un beaucoup vaniteux, je le sentais proche. Car il m’accompagnait. Peut être pas lui même, mais ses chansons. L’important —déclarait-il récemment aux États Unis— l’important, n’est pas si l’on se souviendra de mon nom, l’important c’est de se rappeller de mon oeuvre; parfois on ne se souviens pas du nom des grands écrivans français, mais on se souviens de leurs livres. C’est ça que je veux dire.

Et on se souvient. N’en croyez vous pas ? La bohème. Que c’est triste Venise, Emmenez-moi, J’aime Paris au mois de mai, Comme ils disent, Isabelle, Bon anniversaire, Les amours démodés, je m’en voyais déjà, Hier encore, Je t’aime A.I.M.e, Et moi dans un coin, Ave Maria, Les jours heureux, le Palais de nos chimères, et comme ça, jusqu’à 1200 chansons. Mais aussi : La bohemia, Venecia sin tí, Amo Paris en el mes de mayo, Como dicen, Buen aniversario… et la même chose en italien, en anglais…

La prodigalité c’est important, mais ce n’est pas l’important. L’important, paraphrasant son jeune ami qui l’a précéde vers l’immortalité, Gilbert Bécaud, l’important c’est la rose. La fleur de ses chansons, au parfum fin, saupoudré d’émotions, de la joi de vivre, du droit au caffard, à la mélancolie mélancolique, quelques unes excesivement douçatres, c’est vrai, mais toujors touchantes.

Je lis pour me cultiver, dit-il, c’est bon pour mon métier, pas pour briller en société . Ce sont de vrais mots d’autodidacte. Quand on débute dans la vie avec un simple certificat d’études et devient un icône de la culture française dans le monde, ca veut dire qu’il y a une force intérieure qui ne connais pas le repos. « Je connais ma valeur, disait-il. Mais je me garde de donner des conseils. De quel droit ? (…) Je dis surtout qu’il n’y a qu’une règle : le travail, l’apprentissage. Quand le métro est bondé, on entre en poussant. Eh bien les idées, c’est pareil ! Si ça rentre de force, on fait de meilleures choses. »

AZNAVOUR-WEB

Les sujets permanents dans ses chansons : le passage du temps, la perte de la jeunesse, la perte de l’amour. Mais sans amertume, comme une simple exposition du bois dont la vie est bâtie. Parce que de tous les matériaux dont on bât la vie, etaient bâties ses chansons.

Essayer d’exprimer la vie. Quelle tâche à accomplir ! C’est pour ça qu’il avait besoin d’arriver jusqu’à cent ans de vie, pour essayer de la comprendre et l’écrire. Après, disait-il,    il sera peut-être temps de me reposer dans mes Alpilles, parmi mes oliviers .

Tous les grands laissent leurs oeuvres inachevés ; c’est naturel pour un esprit curieux et inquiet. Chez moi, ses chansons continuent à travailler.

Manuel  de Français

Praderita, de las Flores, María Dolores.

                                       Praderita, de las Flores, María Dolores

MARIA-DOLORES-PRADERA-2-web      Con esa delicadeza,
propia de una golondrina,
ahí viene la flor más fina,
la rosa más perfumada
del jardín de la ilusión…                  (Carlos Cano)

   Cuando me separé de Fernán Gómez, lo primero que hice fue comprarme una enciclopedia. Hasta entonces no me había hecho falta; aquel hombre lo sabía todo.

           Tras esa entrevista supe de la finura de su humor, como ya lo sabía de la canción; de su canción. Pues sus canciones que eran de todos y del viento, aunque tuvieran sus autores, a saber: Chabuca Granda, José Alfredo Jiménez, Carlos Cano, incluso Sabina, entre otros, las hacía suyas; las praderizaba.

            Cayendo en el tópico, pues imposible es no hacerlo, ¿quién es capaz de imaginar otra autoría, distinta de ella, para su Flor de la Canela”? Manolo Escobar tenía su carro, esta propiedad, algo chusca, pero muy popular, lo perdió; más poéticamente Silvio Rodríguez extravió su Unicornio Azul, mas María Dolores entregó, por amor, el rosario de su madre. Roto el amor, esto último era lo único que le interesaba recuperar “el resto, te lo envío a cualquier parte”… Pero hubo un tiempo en que iban amarraditos los dos, yo con mi recrujir de almidón y tú serio y altanero.

           Desde luego parece un juego
pero no hay nada mejor
que ser un señor de aquellos
que vieron mis abuelos.

   MARIA-DOLORES-PRADERA-web         Así era ella, una señora de aquellas que vieron mis abuelas, la gran dama de la canción, decían los periodistas de una época, pero también una señora de estos tiempos, curiosa de todo, sorprendida de que los artistas más jóvenes quisieran cantar con ella, los ritmos más antiguos. Volviendo a Carlos Cano: …y la manera, de cantar, siendo española a toda América entera. 

          Así es, así me lo pareció, cuando jovenzuelo, comencé a escucharla, la tomé por americana de la América Española, sé que el término ya no se considerará políticamente correcto, pero reivindico liberarse de ese corsé, para decir con naturalidad las cosas que todo el mundo entiende. La voz de un continente, me gustaría añadir, si alguien no se me ha adelantado con el titular. Y si así fuera, aquí está mi adhesión.

           Cantaba con formas decidoras, tomo la expresión de José Larralde, con naturalidad, sin desgarro exterior; no sabemos si en su discreto interior, le dolía América entera.

         Se nos ha ido, con la ausencia que nos deja alguien de casa, se nos ha muerto, discretamente, de tanto usar la vida.

 

El Morocho del Abasto

LA CHANSON…¡QUE MOMENTOS!

LA CHANSON…¡QUE MOMENTOS!

ELENCO-WEBAlgo tan trivial como ver la televisión, la pública, tan denostada. La 2, esa que dicen algunos, tan aburrida. Saber y  Ganar. Maravilloso Programa. En última llamada. Seis nombres de cantautores franceses o asimilados de la Chanson. Seis fragmentos oídos. Tres concursantes: una señora de cierta edad, con lágrimas de la emoción; un hombre no muy afín; el tercer hombre, un chico, hace el gesto de secarse el rabillo del ojo y este chico que les escribe humedeciendo una servilleta de papel. Sobremesa entrañable. Pues hubo un tiempo que en España, se oía música francesa. Algunos lo recordamos.

Manuel de Français

Dyango y Beethoven

      Dyango y Beethoven

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¿Quién es este Dyango? se preguntarán los sub-cincuenta y algún cincuentón desmemoriado. Y ¿con qué derecho se le emplaza al lado de uno de los grandes? El sordo genial, el de las sinfonías numeradas como las avenidas de Nueva York… El icono de algunas paradojas, por ejemplo, en reivindicaciones antiabortistas. Sí han leído bien.

“        —¿Está usted en contra del aborto?

         —Hombre sí claro

         —¿En todos los casos?

         —Sí, creo que sí.

         —Y ¿qué haría usted en el caso de un padre alcohólico y sifilítico, cuya mujer, tuberculosa, queda embarazada?

         —Hombre ahí sí…

         —Un minuto de silencio; acaba usted de matar a Beethoven.”

         La anécdota, realidad o ficción, se le atribuye a un eminente genetista: Lejeune, pero valga ella tan solo como eso, una anécdota; no está en el fondo de la intención, si alguna tiene, de este artículo.

      La historia viene a colación por una película de los años setenta, La Querida, dirigida por Fernando Fernán Gómez y protagonizada por él mismo y por Rocío Jurado, para mayor gloria y lucimiento de esta última. ¡Vaya!, exclamará más de uno, ¡Qué extraño emparejamiento: ese gran director, actor e intelectual, con una folclórica! Hay quién para justificarlo aclara que se trataba de una película “alimenticia” de Fernán Gómez.

      No nos pronunciamos de momento, así que sigamos con la exposición. Fernán Gómez en el papel de compositor melancólico, separado de su mujer y con tendencias alcohólicas, conoce a Rocío Jurado. De vida disoluta, se instala en un piso enfrente de él. Éste la aguarda, oteando a través de los visillos, la llegada de  ella, circunstancia que se produce cada madrugada, invariablemente alrededor de las tres, acompañada de un galán, no siempre del mismo, aunque ella sienta predilección por uno. Pronto se establece una especie de complicidad-simpatía entre ellos, lanzándose miradas y gestos.

      Finalmente, por razones de economía, se aduce en la cinta, acaban viviendo juntos; ella se muda al piso de él. En ese momento inicial cualquier varón de mi ralea se hubiera cambiado por Fernán Gómez, pues hay que reconocer que Rocío Jurado a sus treinta abriles reunía más atributos para parar el tráfico que un guardia urbano.

DYANGO-WEB         Bien, el caso es que en la sala están los dos, ella se retira hacia el fondo del pasillo, al cabo del cual todos entendemos que está la habitación, pues ella parce ser que quiere ofrecerle un homenaje, más que de bienvenida, de bienhallado. La cámara se abre o se retira un poco para recoger algo de panorámica y se advierte en la pared dos carteles en íntima vecindad, uno de Dyango; otro de Beethoven. Al fondo, después de ella penetrar al cuarto para conjugar el verbo anterior, se advierte otro póster; éste de un jovencísimo Serrat de la época de Mediterráneo.

beethoven-WEB         Y es este tú a tú de Dyango y Beethoven, esta cohabitación deliciosa y posible, para algunos tal vez escandalosa, la que nos ha motivado y seducido. Más que el resto de la película; más que los encantos de cuerpo y voz de Rocío, más que el creible alcohólico protagonizado por  Fernando  que camina hacia su autodestrucción; más incluso que la presencia anecdótica de un Serrat al fondo del pasillo que guarda la entrada de la alcoba del encuentro y de la soledad.

       Porque este escribidor de historias es pueblo. Y como pueblo se apasiona por Rocío y por sus gracias, por el cómico Fernán Gómez, por el trovador Serrat. Y aunque por Beethoven siente una admiración reverente y extraña, le viene un poco grande… Por ello agradece que algún diablillo del equipo de rodaje enviara al genio de visita a los artistas populares.

        ¿Lo sabrá Dyango?

        El Morocho del Abasto

I’m your Man. Leonard Cohen.

 I’m your Man. Leonard Cohen.

 

         LEONARD-COHEN-PARA-WEB   Aquí en España, a nivel de gran público, lo conocimos cuando irrumpió en nuestra pequeña pantalla, en algún espacio musical, quizás a finales de los ochenta. Ya era una figura consagrada y los iniciados, incluso en España, ya lo conocían. Me llamó la atención, especialmente, el aura camp en la que se envolvía. La quietud de su estampa, el tono quedo de su voz y el micrófono retro, ahora dirían «vintage», tras el que ocultaba su boca susurrante. También el poco trabajo que les daba a las chicas del coro, que le acompañaban. ¿Forzaban la imagen al blanco y negro? Quizás no fuera así, pero así lo recuerdo.

            Ahora, al rememorar, me llama también la atención, mi propia reacción: rara vez presto atención a los artistas que pertenecen a esa entelequia que denomino «el mundo anglo-sajón», salvo contadas ocasiones. Que nadie siga mi ejemplo, son cosas mías, ¿acaso una pueril autodefensa contra esa culturilla que nos invade? El caso es que a al flemático Cohen no se lo tuve en cuenta.

            Más tarde conocí lo que le animó a lanzarse al mundo de la canción. Al parecer ya había escrito algunas letrillas, pero un cierto pudor le impedía intentar interpretarlas en público. Un día, realidad o ficción, cuentan que oyó a Bob Dylan por la radio y se dijo: ¡Si éste se atreve, yo también! Y así, según parece, empezó todo.

            En mi tierna juventud, no es una frase hecha, bueno sí, aunque fue tierna, me llegaban ecos de los conciertos en la británica Isla de Wight. Más que de los conciertos, en verdad, del ambiente libertino que allí se vivía. Tampoco esto me llamó especialmente la atención. Muchos, muchísimos años después, cuando ya era este escribidor de bitácoras un admirado entregado, pero tranquilo, del bate canadiense, me regalaron un disco antiguo. Incluía un DVD de su participación en uno de los conciertos en la isla de Wight. Corría el año de 1970. Un calmo, muy calmo y joven Leonard Cohen se exponía sobre un escenario ante una descomunal campa de espectadores yacientes y adormilados. Algunos, no pocos, sin embargo estaban atentos. Eran las cuatro de la madrugad, aproximadamente. Él vestía una suerte de chaqueta sahariana arrugada a más no poder, pijama declaro él, pelo largo, barba de algún día y guitarra en ristre. Allí con flema casi exasperante, desgranó sus canciones con la casi inapreciable, pero preciosa colaboración de sus coristas… Repasando la lista de las canciones, una vez más constato, que los artistas de larga trayectoria, a una edad bastante temprana, ya habían compuesto lo mejor de su repertorio.  Cohen tenía, a la sazón,  treinta y cinco años. De entre las canciones allí susurradas evoco: «So long Marianne, That’s not way to say goodby, Suzanne, The Partisan, Famous Blue Rain Coat…

            Resulta curioso, cuando un artista entra a formar parte del universo privado, sentimental, de un paseante, cómo una reseña, una imagen evocada… Al que les escribe, envilecido por la vida, un buen día le dio por estudiar alemán. Un librito de lectura, adaptado, de los que fabrica la factoría Langensheidt, contenía una escena en la que una joven alemana adolescente, como signo de rebeldía, se encerraba en su habitación y ponía «a todo volumen», como si ello fuera posible, un disco de Cohen: «Songs of love and hate». ¡Menudo signo de rebeldía!

            Toda su discografía, salvo algún olvido, es en inglés. Sin embargo, en una de las primeras canciones,  que escuchó este redactor, The Partisan, hay un homenaje precioso a otra lengua. Cada vez que la oye, espera con impaciencia, ese párrafo, esos versos:

            J’ai changé cent fois de nom,

            j’ai perdu femme et enfant,

            mais j’ai tant d’amis.

            J’ai la France entière.

            Un vieil homme, dans un grenier,

            pour la nuit nous a cachés.

            Les allemands l’ont pris.

            Il est mort sans surprise.

            Se le concedió el Premio Principe de Asturias de las Letras. En su discurso quiso destacar que un muchacho español, que tocaba flamenco en un parque de Montreal, le enseñó a tocar la guitarra española. Tan solo seis acordes; la base del flamenco. El premio se le concedió  en 2011. Hace un mes escaso, se anunció el Nobel de las Letras para Bob Dylan. Quizás el próximo sea para Cohen, razonó un servidor. Pero no le ha dado tiempo. Descanse en paz.

                        El Morocho del Abasto

Alberto Cortez en el Olympia (de Valencia). Junio de 2016

            Alberto Cortez en el Olympia (de Valencia). Junio de 2016

     ALBERTO-CORTEZ-1      

            Era miércoles 29 de junio. Verano. En Valencia. Los que amablemente siguen estas crónicas del alma saben de la turbación ante el hecho de entrar en un teatro a plena luz del día, todavía con gafas oscuras. Pero el horario de inspiración europea parece haberse instalado a perpetuidad.

            Como siempre asistimos al espectáculo siempre gratificante de llegar nada más abrir las puertas, para así contemplar cómo, una vez más, el teatro se va llenando de público. Los viejos artistas tienen todavía predicamento. Asistimos a una época en que éstos son muy longevos artísticamente. En el público, este redactor de bitácoras reconoció  a los jóvenes de cuando él era niño; esos jóvenes quizás algo más sensibles que protegían sus tímpanos de la exposición a los decibelios de otras opciones musicales. Por lo que se deduce llegan con una aceptable salud auditiva para dejarse seducir con la palabra cantada y con la canción dicha.

         El telón se levantaba con apenas unos minutos de demora sobre la hora anunciada: 8.30, al tiempo que una voz poderosa, la suya, se arrancaba con los versos:

               Viento, campos y caminos… distancia,
               Qué cantidad de recuerdos

       El telón dejaba ver primero al anciano cantor sedente sobre un sillón orejero… El público tras una fracción de estupor correspondió con su aplauso de bienvenida…

                 de infancia, amores y amigos… distancia,
                 que se han quedado tan lejos.

       El telón totalmente abierto dejaba ver un escenario intimista: piano y pianista; sillón y cantor; atril y libro de letras…

                  Entre las calles amigas… distancia
                  del viejo y querido pueblo
                  donde se abrieron mis ojos… distancia,
                  donde jugué de pequeño.

       Y sonaron los acordes y con ellos los versos finales:

                   Un corazón sin distancia quisiera para volver a mi pueblo.

       «Para volver a mi pueblo.» ¿Casualidad en la elección del tema de arranque del concierto o intención bien hilvanada? En efecto, era un regreso. La anterior cita, última que el escribidor recuerda con el público valenciano, fue años ha, en la misma sala, en compañía del gran ausente Facundo Cabral que una balacera criminal silenció para siempre en Guatemala. Quizás haya habido otras, pero queremos destacar esta como homenaje a otro gran cantor asilvestrado y que nadie recordó en nuestra querida «Madre Patria». El aplauso sobrevenido a la primera pieza entregada no fue sino el preludio de otros que llegaron después.

      ALBERTO-CORTEZ-2 Pronunció cortos parlamentos entre canción y canción, pocos para la dialéctica fluida atribuida a los argentinos. Evocó cortos pasajes pretéritos, cantó algunas de sus canciones más conocidas: Te llegará una Rosa, El Abuelo… Composiciones propias, cantadas con otro tempo, con la sola compañía de un pianista enorme, de la tierra —dijo en uno de los parlamentos. También tuvo un recuerdo para Miguel Hernández con su Nanas de la cebolla, versos que él musicara en tiempos de carnes prietas y que prestara a su amigo Joan Manuel Serrat. A veces, entre canción y canción, acudía un muchacho solícito a cambiar la hoja del libro sobre el atril. El poeta cantor pidió disculpas por cantar sentado, condición a la que se veía obligado tras una caída tonta y una operación desafortunada. Continuó alegando que en cualquier caso mientras le quedara un poco de voz para cantarles a ustedes… Se produjo lo esperado; el público ya entregado, rompió en aplausos.

       Es cosa común, que este escribidor ha colegido, que todo cantor argentino de talla rinde en algún momento homenaje, ora a Gardel, ora a Atahualpa Yupanqui, incluso a ambos. Cortez, por la temática de sus canciones, siempre más próximo a Atahualpa que al Mago, recordó la canción arriera, sencilla de texto, pero profunda de sentimiento: Los Ejes de mi Carreta.

    ALBERTO-CORTEZ-3   Se permitió, su sempiterno ejercicio de pequeña vanidad, dejando caer el micrófono al suelo, cantando a capela una de sus más célebres composiciones. Con Castillos en el Aire quiso despedirse, y llegando al final cuando se cuestiona sobre la posibilidad o no de volar, invitó al público a convocar, con movimiento colectivo de brazos, una corriente de aire que lo hiciera levitar. En este punto, la ironía cobraba especial significado: levitar al que caminar no puede.

       Finalmente tuvo una levitación asistida; el pianista a su diestra y el asistente a su siniestra, entre los dos lo mantuvieron en bipedestación, dando cuenta de su enorme estatura: casi dos metros. Su talla como artista ya había sido demostrada.

          ALBERTO-CORTEZ-4  El Morocho del Abasto