Javier Krahe, el último jalón de su camino.
Y yo que fui a rondarle
la otra noche a Marieta
la bella, la traidora
había ido a escuchar a Alfredo Kraus
Y yo con mi canción
como un gilipollas, madre
Y yo con mi canción
como un gilipollas
Aunque…
Hace tiempo que me importa un comino,
que el último jalón de mi camino
caiga lejos de Roma.
Hace tiempo no juego al acertijo,
tan esdrújulo de un padre y un hijo,
y una blanca paloma.
Sin embargo…
Yo tuve un gran amor durante un chaparrón
y sentí aquella vez tan profunda pasión,
que ahora el buen tiempo me da asco.
Cuando el cielo está azul no lo puedo ni ver,
que se nuble ya el sol, que se ponga a llover,
que caiga pronto otro chubasco.
Pero he de confesarles que…
Mi esposa padece furor uterino,
no damos abasto ni yo ni el vecino.
Y a mí me da pena del pobre Avelino.
Cada dos por tres me invento algún viaje
para reponerme de su amor salvaje
y ella, en cuanto salgo, le ordena que baje.
Ya se rasga su camisón.
Desde el descansillo lo llama: ¡Avelino!
y el hombre respinga, se pone mohíno,
le entra como angustia, maldice su sino.
Lo ves vacilante bajar la escalera
sabiendo de sobra qué es lo que le espera
en cuanto se encierre con tamaña fiera,
desprovista de compasión,
Y por añadidura…
Si el astro loco preside el paisaje
nada es soez
e igual que a ella le viste de encaje
su desnudez
da un espectáculo resplandeciente
de un simple falo,
lo magnifica románticamente
bajo su halo.
Y ella lo ve cual si fuera una alhaja
y lo acaricia
y, pues la luna es de quien la trabaja,
se hace justicia.
Pero después viene el cuarto menguante,
quieras que no
desmereciendo con ello el amante,
compréndelo,
entonces ella me busca por bares
de cara oculta
y vuelvo a ser el primus inter pares,
ella me indulta.
Ahora bien…
Si me obligarais a nombrar una mujer rara en la cama,
pondría, acaso, como ejemplo a la perversa Leonor,
sólo la excita lo textil, lo más sedoso de la gama:
rasos, satenes, terciopelos… lo mejor de lo mejor.
Es una cosa que me llena de estupor
esa pasión por lo textil de Leonor
que al cielo clama.
Delirante historia a partir de letras acaso surrealistas, pero casi siempre irónicas de las canciones de Krahe cuyo repertorio incluía traducciones libres de alguna de Brassens.
Javier Krahe nació en Madrid en 1944 cuando Amparito ya era una moza de 22 años. Según cuenta en alguna entrevista se fue al Canadá a los 25 años «por salir de aquí», aunque algunos aseguran que fue tras de Annick, el amor de su vida. Allí holgazaneó, trabajó algún tiempo, en una librería, de la que le echaron por leer. Ironía del destino, ironías con las que amuebló las estancias de sus canciones. A veces el tono subió llegando hasta el sarcasmo, pero siempre sin perder las formas.
Alguien me dijo que un día, en la cama, decorado de algunas de sus canciones, manifestó a su mujer el deseo de hacerse cantante. A lo que ella respondió que nunca le había oído cantar. Él se defendió alegando que no lo era, pero que quería hacerse cantante. Y ella repreguntó: «¿Y cuanto vas a tardar?». Según le oí después en alguna entrevista declaró que si empezaba en el momento de los hechos, es decir cuando tenía treinta, en unos diez años lo conseguiría, mas antes tenía que aprender a tocar la guitarra.
¿Retranca al más puro estilo gallego, o peculiaridad del personaje? El obituario de un personaje admirado tiende a destacar sus luces más que sus sombras. Si bien el que nos ocupa, de mala fama a decir de algunos, como también la tienen las suegras, ha tenido la ocurrencia de morirse a los 71 años el mismo día que la mía, Amparito, a los 93.
No hay un hilo conductor que los vincule, o si lo hay: de vidas tan dispares, es una de las definiciones de las rectas paralelas, la que los une. Dos rectas que se unen en el infinito. Si el infinito es el día del fin, el de dejar de existir, el de la posibilidad de elevarse del cuerpo terrenal, para ella creyente… Para él, la eternidad en todo caso gracias al cromosoma… Ambos arribaron a ese dilema el mismo día: el 12 de julio de 2015. Recientemente. Él hacia las cinco de la madrugada, tal vez su hora de acostarse; ella un poco más tarde, según el galeno que llegó con mucho retraso, acaso a la hora de elevarse a la eternidad de su credo.
Y siendo tan dispares, ella que solo bebía agua y él la tomaba para las abluciones, ambos en ideas se escoraban a la izquierda, ella sin dejar de rezar a su Dios, desafiando a los que creen incompatible ser de izquierdas y creyente y él fundamentalista ateo.
Mi glosa al trovador de voz inexistente, verso genial, mordaz, fluido y música facilona, se siente balbuceante, débil… Sin tener nada qué ver, al intentar evocarlo, me viene la voz, la imagen, el recuerdo de… Amparito.
Manuel de Français