SOBRE CUADERNOS CIBERNETICOS Y BITACORAS (VULGO BLOGS)
Hace ya cinco años que escribo en un blog, el mío, que lo es de opinión y también, según mis pretensiones, literario. Soy consciente de que rara vez me ocupo de esa entelequia que se conoce bajo el epígrafe de “la Actualidad”, salvo cuando se trata de algún obituario escogido y sentido. A veces he temido seguir la senda de la esquela; esto último es bien raro, pues la muerte, para mí, nunca ha sido uno de esos temas recurrentes, ni siquiera durante la adolescencia. Soy por tanto a mi vez consciente de que he crecido, madurado, más bien macerado, con esa carencia.
Lo que escribo, en mi opinión, pues de eso se trata, es bastante interesante y la forma, el enfoque y las maneras, asaz adecuados. “Asaz”, esa es otra de mis constantes: intercalar algún vocablo arcaico o cultismo trasnochado que considero de buen tino, pero que, a buen seguro, provocan más de una estampida. Si lo hago, créanme, no es impostura, ni por el contrario postura; o en el mejor de los casos, premeditación… Brota y una vez brotado medito. Y tras meditarlo colijo que corregirlo sí que sería artificio. Bueno, digamos que estamos en equilibrio: de momento dos a dos. Si en el “haber”, según mi criterio, claro, apunto: Interés del tema y solvencia narrativa; en el “debe” destaco: salpimentado de arcaísmos y ausencia de propósito de enmienda.
Estando salpicado de tales cualidades, en positivo y en negativo, aquí sí que acudo a lo coloquial: ¡no me lee ni el tato!
¿Por qué?, me pregunto. Añado otra perla: Mis artículos, visualmente, en cuanto a dibujos y fotografías, son asaz…, bueno, digamos bastante atractivos. Por ello, todavía me pregunto más, ¿por qué?
Es cierto, que el mundo cibernético, el de internet, es el mundo de las prisas, de lo compulsivo, de echar una ojeada en diagonal y evolucionar sin pausa a una nueva búsqueda tras el primer síntoma de rechazo. Y mis disertaciones, sin ser de gran profundidad, pues me muevo en un nivel relajado, ligeramente frívolo, precisan de la paciencia de querer recorrer un sendero suave; el de la introducción, quizás un poco largo…
Tengo también muy en cuenta el tema de la publicidad, no me publicito en ningún sitio ni pertenezco a ninguna de esas hermandades de “blogueros” Si alguien encuentra algo mío, es por puro azar, salvo…
Hay un ámbito en el que sí que ejerzo una cierta persuasión; amigos familiares y conocidos. Trato de ser liviano, esto es; no ser pesado, pero nunca se sabe. El caso es que cuando invito a un grupo a leer alguna novedad que acabo de publicar, de entre todos ellos, un número indeterminado me lee. Y entre estos últimos, un porcentaje, que no se valorar, espontáneamente, me manifiestan su entusiasmo o me dan la enhorabuena; escasamente escriben un comentario. Y de lo anterior, me nace una nueva inquietud: ¿por qué no engancho? ¿Por qué no fidelizo a un pequeño grupo de estos potenciales lectores? ¿Por qué no soy capaz de suscitar que un número “n” de ellos, por curiosidad, o por aburrimiento, se acerquen, a pesar de los múltiples otros estímulos y ocupaciones mil, a transitar de motu propio por mis páginas cibernéticas?
Sé que la pretensión es grande, aunque no sufro más de lo razonable por ello, pero a menudo veo, con sana envidia, o con envidia envidiosa, como otros entusiastas redactores de bitácoras reciben de ordinario comentarios de sus artículos…
Recientemente, con motivo de un concurso literario, algo curioso y presencial en el que participé he conocido personalmente a unos poquitos “blogueros”, y por una carambola, he sabido también de su afición a la escritura cibernética de algún conocido cuya realidad sin embargo desconocía.
Por cortesía al principio, por interés después, he buceado a pulmón por sus bitácoras y creo haber dado con una pista importante.
Hago un inciso previo. En mis escritos, aunque el cometario es siempre harto personal, enjuiciado con educación y decoro, procuro siempre dar un toque un tanto impersonal, pues lo importante, a mi modo de ver, es lo que cuento y cómo lo cuento; lo importante es lo que puedo transmitir, no lo que hago, ni lo que soy.
Ahí radica, no mi error, pero sí tal vez mi carencia. He observado y leído atónito cómo, en un gran porcentaje, el tema, el sujeto de exposición es el propio sujeto. La historia a transmitir no es una ficción nacida de su creatividad; no es narrar las aventuras de dos amantes que se dan cita en la Gare de Lyon para… ¡No! Es la ficción de su propia vida, de lo que hacen cuando se levantan; aun si tienen veleidades literarias dicen sobre lo que piensan que pueden escribir, de los retos que se marcan, de las palabras que han conseguido escribir en un día o en una semana. La experiencia personal no la usan como pretexto o como hilo conductor para extrapolar o como punto de partida. ¡No!, Es un fin en sí mismo.
En ese terreno no puedo competir. Airear mis pensamiento, mis opiniones, lo veo factible; siempre puedo ponerlas en boca de una tercera persona. Pero relatar mi día a día, creo que decepcionaría todavía más. Repito, no puedo competir.
Perdonen, por una vez, mi tono lánguido que sabe a despedida.
El Morocho del Abasto
Bien, este tema me interesa. No tengo respuestas y sí reflexiones, porque me pasa lo que a ti.
Nos gusta escribir y lo hacemos. En mi caso soy un escritor muy limitado y escribo como sé escribir y sobre lo que sé escribir. No tengo imaginación, así que parto siempre de mi experiencia. Y escribo. Y disfruto escribiendo. Y cuando releo alguna entrada añeja ya y me gusta, me siento bien. ¿Autocomplacencia? Sí. Pero es lo que hay.
Y luego hacemos nuestros escritos públicos. Los colgamos en una bitácora. ¿Hacemos bien? Si fuésemos consecuentes supongo que no. Debiéramos guardarlos en un cajón. El placer de escribir está en escribir. ¿Necesitamos reconocimiento? ¿Nuestra vanidad o nuestro exhibicionismo nos pierde? En mi caso no diré que me pierde, pero sí que dejar una puerta abierta a un lector, a un comentario o a un halago es mejor, me seduce más, que dejarla cerrada.
Lo malo es cuando ni Dios traspasa esa puerta. ¿Por qué nadie nos lee? ¿Dónde están los que antes nos leían y comentaban? ¿Tan malos somos? Pues supongo que sí, que somos malos. ¿Cómo se consiguen lectores? Pues vendiendo blog. Y a mí no me apetece. Yo empecé hace diez años, con la explosión de la blogosfera. Esto se llenó de gente que pensaba que tenía muchas cosas interesantes que decir y, sobre todo, que se iba a hinchar a follar (porque, al final, se trata de eso). Y te comentaban para que les comentases. Te leían para que les leyeses. Duraron poco (no se debieron comer muchas roscas) y se fueron sin dejar rastro supongo que al Facebook, donde habrán ligado lo mismo. Otros duraron más, pero fueron cayendo. Y desaparecieron. A los amigos nunca les di mucho la brasa, aunque se fueron enterando, me leyeron y ahora, de vez en cuando, me preguntan -pero, ¿todavía escribes? Llevo meses sin leerte.
Y te entra el desánimo. Y la desgana. Y sientes incluso lástima de ti mismo de lo solo que te sientes, como el que tiene una tienda y no entra nadie. Pero, de repente, se te cruza algo por la mente. Y empiezas a madurarlo. Y le das vueltas. Y te sientas delante del ordenador. Y lo escribes. Y lo corriges. Y cambias un par de cosas. Y ahí está el verdadero placer. Y somos muy malos escritores. Y seguiremos dejando la puerta abierta por si algún despistado alguna vez se equivoca y entra (o algún robot, nuestros lectores más fieles). Y escribir, Morocho de Abasto. Que no nos quite la vanidad eso. Y, además, tú acabas de ganar un premio. Tu vanidad ya está colmada por un tiempo. No te rindas.
Perdón por la monserga. Probablemente me la estuviera diciendo a mí mismo. Un abrazo.
Gracias Impenitente por tan largo y sesudo comentario. Tiene casi la entidad de un artículo y te agradezco que lo hayas hecho en mi página. Me siento como el anfitrión que invita a cenar a un grupo de amigos y uno de ellos elabora el postre. Coincido en gran parte de tus reflexiones aunque, como no podía ser de otra manera, no en todo. Mi enfoque es ligeramente diferente al tuyo. Llevo menos tiempo que tú encanallándome en el medio, por lo que aún conservo o conservaba cierto candor. Yo sí que tengo imaginación y aspiro a escribir ficción… Corrijo: escribir la escribo; a lo que todavía aspiro es a publicar algo. En mi ingenuidad pretérita, suponía que escribir abierto al mundo podría ser un trampolín. Ya lo sé, ¡iluso de marca mayor! Al no tener, como la mayoría de los mortales, acceso a un editor, juego la rueda de los concursos literarios. Me advierten de la poca, por decirlo suave, transparencia del entorno, pero hago como que no lo oigo. E insisto. Además, ¿existen los editores? ¿Alguien ha conocido alguno?
Durante este tiempo de redactor de bitácoras, he sabido de perversiones tales como la autoedición. Lo peor de esto, a mi modo de ver, es que se está instalando en el ánimo de los autores (aquí hago un saco común e injusto) que es la única manera de publicar. Dicho de otra forma más cruda: que se nos vaya de la cabeza la idea romántica del editor valiente que arriesgaba su dinero por defender una obra, pensando en su éxito literario y comercial. ¡No! «Mi editorial está abierta para usted, querido autor. Le hacemos un buen precio y por un poco más, se la corregimos (la obra) y le diseñamos la portada. Y para que se sienta importante, aparte de pagar, la presentación, publicidad, difusión y venta corren de su cuenta».
Efectivamente, amigo Impenitente, los robots son los que más nos visitan y leernos, lo que se dice leernos, nos leen el enlace.
Un saludo cordial
Yo soy una de esas escritoras cuya bitácora versa más sobre contar mi vida que sobre mis textos en sí.
Subo muy poquito material a las redes porque luego, para concursas, te piden inéditos y, claro, si cada vez que tecleo un poema lo comparto ya no puedo usarlo en esos concursos y me cierro puertas.
Hace unos cuantos años, cuando estaba empezando en esto de los blogs, empecé a compartir una historia y me la plagiaron de mala maneara. Me costó mucho conseguir que la persona en cuestión la borrara y desde entonces decidí que ningún proyecto largo vería la luz si no estaba terminado.
Además, soy lenta escribiendo. Desde que se me ocurre la primera idea hasta que termino el proyecto en sí (sea un poemario o una historia) pueden pasar varios años. En ese tiempo tengo momentos de escribir mucho, como ahora, o de ni acercarme al texto por el motivo que sea. No me gustaría que esa inconstancia quede plasmada en la regularidad de las entradas.
Así que una suma de cuestiones hacen que tenga que compartir otro tipo de material en mi blog. Intento trabajar en lo accesorio: programas de escritura, temas que considero interesante, eventos en que participe… Aún así recibo pocas visitas comparadas con las de otras páginas parecidas, pero disfruto tanto en la redacción y en la publicación semanal que al menos esa cuota que recibo me parece menos amarga.
En resumen, creo que al final se trata de volcar en nuestra página (como nuestra que es) lo que a cada uno le inquiete y apetezca. Escribir para otros, para que te lean más, al final tampoco te sería agradable si no te gusta redactar ese tipo de contenidos.
Un saludo, nos leemos.
Cierto, cierto, cada uno puede enfocar su cuaderno como mejor considere.
Te agradezco como siempre la lectura y el comentario. En verdad yo tampoco suelo publicar material susceptible de ser empleado para concursos. En el caso de los Microrrelatos hice una excepción. Aun así estuve tentado de ocultar uno de ellos, pues pienso que me podría servir par otro evento. Pero me había comprometido contigo. Y los compromisos, hay que cumplirlos, ¿o no?
Gracias y un saludo.
PD. Voy a ser reincidente y sugerirte otra canción. Tu afición a viajar con «caldero» me ha recordado una canción de Compay Segundo: «Mi Calderito». No tiene relación con lo tuyo, pero cuenta una historia muy curiosa (doméstica) de los usos y costumbres tradicionales en Cuba.