José María Íñigo, erase una vez la Televisión.
No exagero, o a lo mejor sí, si digo que José María Íñigo fue la televisión, junto con Valerio Lazarov, hasta que llegó Jesús Hermida e inventó para España las mañanas televisivas. Sé que es una simplificación; toda simplificación es incompleta, pero expresa una síntesis rotunda.
Fueron tiempos en que se disfrutaba la televisión; no se padecía o escasamente, como percibo ahora. José María Íñigo aportó modernidad, cosmopolitismo y europeísmo. Ya había traído antes, creo que a la radio, canciones que se escuchaban en Londres. Comenzó, de su mano, la introducción-invasión de músicas en otros idiomas, especialmente en inglés, porque la música en francés, que ya se consumía en España, vino por otros conductos. Lamentablemente, esta última se ha diluido. El tiempo transcurrido, no me permite un veredicto amable de lo acontecido: esa colonización de lo anglo-sajón en todos los órdenes, pero él no tuvo la culpa; fue el pionero y en su momento fue importante tener otros referentes. Desde sus programas Estudio Abierto o Directísimo, los fines de semana entraba en nuestras casas, en todas; eran tiempos en que la televisión pública no tenía competencia. Aun así, aquella televisión única nos ofrecía de su mano un entretenimiento digno, he leído en el País y que refrendo totalmente.
Lo mejor de cada casa estaba en televisión, del mismo modo que lo mejor de cada casa estaba en las universidades. Después llegaron las televisiones privadas y con ellas la banalización. Hemos llegado al punto en que hasta algunas asociaciones de vecinos tendrán su televisión. La democratización, interpretada como que todos tenemos derecho, trae consigo estas contradicciones. Traer universidades a cada ciudad, redunda necesariamente en mengua de calidad.
Reconduciendo el tema, tras este devaneo sociológico, para el niño que fui, Íñigo más allá del bigote, fue el hombre siempre correcto, de buen castellano, pero sobre todo el que nos trajo a Uri Geller y el manager más eficaz de Raffaella Carrà.
Tras años de ausencia volvió bajo la apariencia de un buda rapado y bigotón y tomando el relevo a Uribarri, la voz de Eurovisión.
Descanse en paz este bilbaíno español y cosmopolita.
El Morocho del Abasto