LAS CHICAS DE LA LIBRERÍA CERVANTES
Nunca había estado antes en la Papelería-Librería Cervantes de Godella, lo cual ciertamente no dice nada a mi favor. Añadan como agravante que soy de Godella o asimilado, esto es; fruto de la emigración. Vivo en esta población, con alguna intermitencia, desde hace más de cuarenta años “válgame el señor” y la librería lleva en funcionamiento 25 años. Con esos datos, nuestros caminos bien podrían haberse cruzado en alguna ocasión; dicho de otra manera, podría haber tenido la curiosidad de visitarla. Tampoco ellas, la regente y su hija, tuvieron noticia cuando presenté mi libro, Cuentos Arquitectónicos, en Villa Teresita en la Calle Mayor. Este dato, no lo refiero como atenuante a mi descuido, sino que es ilustrativo de lo que ocurre en nuestras sociedades actuales. En los pueblos, ya no se conoce todo el mundo.
Añadiré que siendo un acto literario debería haber tenido la ocurrencia de visitarlas y quizás la municipalidad, podría haber dado más difusión a un evento cultural, que para una población de 13.000 habitantes, el autor novel que les escribe, siempre pensó que tendría mayor repercusión. No es éste un escrito de lamentos, antes al contrario, es de optimismo.
Un sábado de mañana tomé la bicicleta de las compras, la que lleva atada una cestilla para tal fin, llevando como único equipaje mi libro bien protegido en una bolsita de plástico transparente. Recorrí los 400 metros de la Calle Mayor, crucé la Carretera de Bétera y crucé la vía del trenet. A partir de ahí, las calles se hacen rampa pues se adaptan a lo que fue la Muntayeta de Godella. Con una bicicleta sin desarrollos la cuesta parecía más pina de lo que es, que no es poca, pero dada la brevedad del recorrido, llegué razonablemente entero y sin sudar; era el mes de enero.
La tienda, pues tienda es, aparece recogida y recayente a dos calles, con entrada a la Cervantes, de donde toma su nombre y a la de Paterna. Sobre ésta, tiene un discreto escaparate y sobre la otra, uno mínimo aunque coqueto que recuerda a viejos comercios de tradición.
Entré y en un primer momento pensé haber hecho viaje en balde pues el espectáculo se me presentaba cautivador en cuanto a contenidos de papelería, manualidades y de regalo; todo dispuesto con gusto, pero libros, en una primera visual, no detecté ninguno. Mientras aguardaba a ser atendido los vi; un pequeño espacio en L. Hablé con Clemen, la dueña, no supe su nombre en esa primera entrevista, pero con toda naturalidad le ofrecí mi libro y con toda naturalidad prometió pedirlo a la distribuidora.
Dos sábados después, es decir ayer, volví a hacer la escalada ciclista y llegué casi en tiempo de descuento, término que uso para referirme a mi costumbre, poco elegante, de llegar rayando la hora del cierre.
Fue una agradable conversación, siempre lo es hablar con los libreros, especialmente cuando éstos son lectores, pues y esto lo escribiré bajito, por si alguien me lee: hay libreros que no leen. Previamente Maru, su hija me había mostrado los tres ejemplares, tres criaturas que cohabitaban en íntima fricción, lomo con lomo, con el resto de obras.
Con Clemen, la conversación fue fluida, mientras Maru guardaba respetable distancia. La exposición de libros, en verdad no es muy amplia, pero como en una persona virtuosa, a menudo lo importante es lo que no se ve, así me aseguró que la mayoría de su clientela la tenía fidelizada. Le pedían y ella traía. De cualquier sitio; de cualquier distribuidora. Añadió que con frecuencia le reclamaban incluso ejemplares rarísimos. Con instinto protector, de inmediato pensé en mis tres criaturas: ¿entrarían ellas dentro de esta categoría?
Aparte de los autores imprescindibles del momento, concepto este que debe entenderse en términos de venta, es muy de agradecer que tuviera un pequeño apartado de autores locales cuya nómina ahora vengo a engrosar. Me pregunto ¿si en la Biblioteca Municipal, habrán tenido la misma idea?
Me despedí muy cordialmente de ellas dejando mis tres criaturas a su cuidado. Me fui tranquilo. Sentí que quedaban en buenas manos.
El Morocho del Abasto