ZAZ ET LE CANADA.´
Todos los países “democráticos”, ay que risa, basan y fundamentan sus Constituciones en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 10 de diciembre de 1948.
Todo su articulado, a diferencia de la mayoría de las Constituciones que en éste se basan, es muy claro, rotundo y fácil de entender. Los voceros, apóstoles de la libertad de los países “democráticos” especialmente de occidente, entiéndase: Europa y Norteamérica, señalan al resto de países, con un dedo acusador, escupiendo el sambenito de que en esos regímenes absolutos se violan constantemente los derechos humanos.
Ello, al menos este escribidor, no puede refrendarlo, pues le pilla un tanto lejos; además, sigue la máxima comprobada de que todo lo que se airea desde los medios de manipulación masiva, es susceptible de ser engañoso. Pero, como morador de uno de esos países súper civilizados y súper democráticos, constata, que, en el civilizado occidente, se violan constantemente los derechos humanos. Y que sus gobernantes no son importunados por ello, pues los únicos que tienen potestad para hacerlo, ponzoñosa democracia, son sus iguales; sus señorías de todos los parlamentos. En eso, todos están de acuerdo: obedecer a sus amos, defender sus intereses y extorsionar al pueblo, al que juraron proteger.
De entre el citado articulado de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, resulta especialmente interesante, para el caso que nos ocupa el siguiente:
Artículo 13
1. Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado.
2. Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a su país.
El señor Justin Trudeau, con la complicidad, deducimos, de toda su camarilla, se constituye en uno de los mayores liberticidas, de entre la gran copia de ellos que hay, en este “impecable” occidente.
Isabelle Geffroy, conocida artísticamente como ZAZ, no puede, no la dejan actuar ante sus seguidores canadienses, este septiembre, por la simple razón de que no la dejan entrar. Y no la dejan entrar por la razón de la sinrazón de que, en el ejercicio de su libertad, de su autonomía y de su libre albedrío decidió no inocularse un medicamento génico en fase experimental.
Ante este hecho flagrante de violación de derechos humanos, naturalmente no esperamos que:
-Emmanuel Macron pida explicaciones a su homónimo canadiense por vulnerar los derechos de una compatriota suya, como sí hizo el presidente serbio ante el liberticida, primer ministro de Australia, por la negativa vergonzosa de no permitir jugar a Novak Djokovic. Por cierto, la reacción de nuestro niño mimado del tenis…
-Sus colegas artistas emitan un comunicado de repulsa ante esa negativa. Estos podrían hacerlo, aunque fuera por egoísmo, pues quizás algún día los quieran contratar en Canadá y el paso a ese país, hoy por hoy, es como el suero de la verdad.
No es objeto de este escrito reivindicar unos derechos a los personajes célebres, aquí relacionados; derechos que se niegan también a la gente anónima. No. Los astros del deporte y de la canción tienen un poder mediático que no tenemos, parafraseando a Espronceda, los simples pastores de ganado. Así, el gobernante tirano se obceca, pues siendo estúpidamente rígido con ellos, espera amedrentar a los simples pastores de ganado. Si esto hemos hecho con el “millonetis” Djokovic, ¿qué no haremos con vosotros? Claro, esto tiene su reacción, los simples pastores de ganado, vemos en ellos, en estos pocos, un ejemplo de coherencia. Un modelo; un referente.
Por lo pronto, el tirano de Australia ha tenido que recular; no los visitaba ni el tato.
Mientras tanto, el flemático y elegante reciente rey Carlos III de Inglaterra, ha hecho números, al más puro estilo Bill Gates y le sobra población en el mundo. Pues venga, a seguir promocionando las inoculaciones.
El Morocho del Abasto