De pronto, como quien despierta de un letargo, recordé que tenía un libro en el mercado, Cuentos Arquitectónicos, del cual ya no me ocupaba, siguiendo el ejemplo de mi editorial casi desde el principio. Me dejó abandonado a mi suerte y tuve que ir yo solo aireando mi libro.
Visité de nuevo la Papelería-Librería Cervantes, en el ámbito local, Godella. La nueva propietaria ¿Mercedes? viendo que husmeaba entre los libros, fue la primera en decírmelo: Ya está aquí el Planeta; nos llega en dos días. Después, me anuncié como autor y muy amablemente prometió pedirlo a la distribuidora. Clemen, su antecesora, había liquidado existencias.
Del ámbito local al capitalino. Juan, de la Librería Izquierdo, sigue pidiendo mis libros. Le queda un ejemplar. Está en buena compañía; en el escaparte. Hablando con él, me lo dijo: Ya está aquí el Planeta. Mañana nos llega.
De vuelta a casa, no visité Carlín Godella dónde reina Vicente con el apoyo de Inmaculada; era noche cerrada. Sin embargo, leí su publicación en Facebook: El Premio Planeta 2018, ya está en Carlín. También le quedan algunos ejemplares de mi libro.
Tampoco visité Burjassot Llibres donde sobrevive refunfuñando Rafa, ajeno al optimismo de Teresa , pero a buen seguro, si no le faltara el ánimo, estaría en condiciones de decir: Ya está aquí… El mío también lo tienen.
Tanto “ya está aquí”, me hizo evocar ese vino francés ya popular en el mundo entero, que no es un gran vino, ni siquiera está especialmente rico, aunque es joven, insultantemente joven, verde, afrutado, travieso y que tan bien han sabido publicitar: Ya está aquí el Beaujolais Nouveau.
Concluiríamos diciendo que noviembre es un mes excepcional, pues aparte de la caída de la hoja que tapiza, de tonos cobrizos, bosques y alamedas, bajo las cuales se ocultan tesoros con forma de champiñones, níscalos, rebollones…, es el mes en que sale a la venta el Premio Planeta. Y en su tercer jueves, el Beaujolais Nouveau. Y por añadidura se lanza el Premio Goncourt, el más prestigioso de las letras francesas.
Concluiríamos así, pero la verdadera enseñanza, lo que encierran las líneas precedentes, cual hojas que cubren los tesoros micológicos, es que, en las librerías mencionadas, entre otras, se pueden encontrar dos obras; una grande y otra digna, aunque quizás la primera también sea digna: Yo Julia, de Santiago Posteguillo, querido maestro y Cuentos Arquitectónicos, de un seguro servidor.
El Morocho del Abasto.