Alberto Contador. Adiós al Mago.
Alberto Contador, el ciclista que ha conseguido salpimentar las carreras de los últimos años ha dado sus últimas pedaladas como profesional. Ocurrió aquí en la Vuelta, en la nuestra. La del espectáculo; con diferencia sobre el Tour. En la que el Mago, una vez más, en algún momento consiguió desestabilizar la maquinaria Sky, esa guardia pretoriana que escolta hasta el final a su centurión, el ganador final de esta edición 2017, el caballero Chris Froome.
Nada que reprocharle a este último, ni es gratuito el tratamiento de caballero. Es amable, educado, grandísimo corredor, amante de su profesión y entusiasta de la Vuelta. Ha ganado en cuatro ocasiones el Tour, pero le tenía ganas a la Vuelta. Le gusta la Vuelta. El Tour, en los tiempos actuales da prestigio y dividendos; se corre para la gloria, para la cuenta de resultados, para corresponder a los patrocinadores, pero la Vuelta es gloria y espectáculo; espectáculo para el público.
También Alberto Contador quería ganar. Y como no, otros primeros espadas, algunos con ánimo de revancha del Tour, como Bardet y Fabio Aru. Otro, como Vincenzo Nibali, con ánimo de revancha del Giro. Los mejores del pelotón ciclista se han dado cita en esta edición. Con algunas ausencias, cierto: Valverde por lesión, Quintana y Dumoulin suponemos que por calendario.
No pretendía esta crónica serlo de la presente edición de la Vuelta a España. Pero es inevitable dar unas pinceladas, un esbozo. La tan manida expresión “épica del ciclismo” ha alcanzado toda su justificación, todo su sentido, toda su legitimidad en esta Vuelta, especialmente en la vigésima etapa, penúltima de la Ronda Española. Se subía el alto de l’Angliru, puerto mítico a pesar de su juventud, tan sólo se asciende desde 1999. Etapa corta, de unos 120 kilómetros. Pero antes de la traca final había otros puertos asturianos; había trampas: un descenso peligroso y la lluvia, compañera de todo el viaje. Añadan a esto, velocidad endiablada.
Se salía de Corvera de Asturias a 10m. sobre el nivel del mar y se terminaba en el Alto de l’Angliru a 1560m. Bajando el antepenúltimo puerto, el de la Cobertoria al que habían llegado empapados y con frío, Contador observó que el líder, Chris Froome abusaba del freno. Tomó nota y guardó el dato. Se coronaba después el siguiente puerto, penúltimo de la jornada, el Cordal. Y en ese momento de coronación, este visionario de las carreras decidió emplear el dato de campo tomado. Quiso ordenar a su lugarteniente, un muchacho pequeñito, como la mayoría de los colombianos, Jarlison Pantano… Pero éste ya había comprendido; cerró los ojos y se lanzó en el descenso. Contador tuvo que esquivar la guardia del líder, que parecía querer entorpecerle, pero los sorteó y se fue tras de su compañero. Otro intrépido, amante del riesgo, el italiano Vincenzo Nibali también arriesgó en compañía de su segundo de a bordo, pero para su desgracia tuvo un susto en una curva y se arrugó.
Contador llegó a pie de l’Angliru, tras su compañero, con 30 segundos de ventaja. Pero faltaba mucho para la meta: 12,6 kilómetros con rampas imposibles. Por delante marchaban, diseminados, algunos supervivientes de una fuga. Pero ya no había vuelta atrás; la carrera los había llevado hasta esa situación y a ella y a la generosa afición les debía un homenaje. Podía morir en el intento y fracasar, pero sólo el que lo prueba puede conseguirlo. Hasta ahora, había atacado con la ilusión de un juvenil en todas las etapas en que la inspiración así se lo dictaba. En los dos últimos años, con estas gestas temerarias, había desestabilizado carreras, provocado beneficios para otros, pero la suerte se le había mostrado esquiva. No conseguía rematar en beneficio propio. Se quedaba con el premio de haber dado espectáculo. Por eso el público le quería tanto. Rotulaba pancartas, escribía en el suelo su apellido y delante como nombre : Gracias.
Los cinco primeros kilómetros del puerto, ironías del lenguaje, dicen que son suaves, apenas un 9,1% de media. Es ese tramo, todavía, razonablemente asequible para que un grupo perseguidor acorte distancias; esta eventualidad no se produjo, antes al contrario, aunque muy tímidamente fueron ampliando la ventaja. Por el camino se encontraron con Enric Mas, muchacho que se había formado en la Fundación Contador. Aunque militara en otro equipo, le ofreció su rueda en unos relevos generosos; también otro joven, Marc Soler, se sumó a la fiesta. Parecía como si hasta los corredores quisieran ver ganar a Contador. ¡Forjador de ilusiones! ¡Despertador de vocaciones!
Su compañero Jarlison ya lo había entregado todo. Vacío, se quedó clavado en una curva. La grandeza del ciclismo radica en la capacidad de sufrimiento de los corredores. Es, sin embargo, despiadado con el que cae, así que sin poder dedicarle ni una mirada, sin perder la concentración; después llegaría el momento de los agradecimientos, tuvo que dejar a su compañero deshecho y ahondar en su propio esfuerzo. Encontró al resto de los supervivientes de una escapada condenada al fracaso, porque él así lo había decidido. A todos los fue remachando.
Después venía un falso llano, tras el cual llegaba el tormento. Faltaban 6 kilómetros. La ventaja pasaba del minuto. La opción de ganar la etapa se vislumbraba como posible y aún más ambiciosos, aficionados de media España de Europa y de América soñaban con alcanzar el podio; el tercer cajón parecía asequible y por qué no, el segundo. Vincenzo Nibali parecía que a duras penas podía seguir el ritmo de los favoritos.
El Alto del Angliru no es un puerto unitario. Reducirlo en su conjunto a la pendiente media no es hacerle justicia. Como si de un recorrido de San Fermín se tratara, tiene sus calles con sus nombres propios. Aquí el talante asturiano ha acordado a las curvas que siguen denominaciones tales como: Les Cabanes, Llagos, Picones y Cobayos; aderezadas con pendientes de un 22%, 14,5%, 20% y 21,5% respectivamente. Y aquí comenzó de verdad la épica de esa batalla, la del ciclista solitario que ha dejado atrás a todos los que ha encontrado en el camino. Cuando queda a solas con sus miedos y soñando con la gloria. Cuando tiene que resolver la difícil ecuación de dosificar el esfuerzo; sin atender al potenciómetro, consumo de vatios y demás parámetros medibles en el ciclismo moderno. Eso está bien para los demás. Él no; el cabalga inspirado, según le dictan sus sensaciones. De momento las curvas y las pendientes le impiden sentir el aliento frio de sus perseguidores. Los que ven peligrar sus opciones de podio intentan reaccionar, pero se vigilan, no se fían; temen moverse y que el otro se aproveche de su movimiento. Esa indecisión es buena para el fugado. ¡Ánimo Alberto! —no puede contener la emoción, el comentarista de la televisión, Carlos de Andrés. A su lado Perico, quien nos hizo soñar con aquél Tour del 88, preludio de los cinco consecutivos con los que nos obsequió el gran Induráin, emocionado se comía la uñas. Pero a nuestro héroe solitario, no le llegaba ese eco televisivo y distante. Este era acallado por el griterío del público que flanqueaba el ascenso glorioso.
Era ésta la recompensa, a veces madrugar tiene premio, de todos los que desde primeras horas de la mañana aguardaban el paso de los caballeros andantes que escalan la cima en busca de una quimera. Protocolos de podio, este año contenidos en que se negaba a los ganadores el beso de las guapas. Ritos que se pierden, a veces, según una idea mezquina de modernidad.
Pero esta vez, madrugar había traído la recompensa mayor: ver emerger, tras el exiguo paso que conseguía abrir la motocicleta, al esperado, al que se despedía; verlo bailar, por última vez, sobre su bicicleta, no tanto como hubiera deseado, declararía después; quería subir de pie, al más puro estilo suyo, el estilo acuñado Contador, pero la rueda trasera por la lluvia y la fuerte pendiente patinaba. El delirio era grande; a menudo el espectador diseminado a pie de ruta no tiene una noción clara de cómo viene la carrera. Por ello tuvieron ese privilegio: asistir en directo al paso del que querían ver; se lo merecía. Pero aún quedaba mucho por decidir.
Y llegó tras el tormento, el infierno. Cuando la orografía traza a capricho una recta para mayor dolor del ciclista, esa recta eterna que los astures bautizaran como la Cueña les Cabres, donde las rampas alcanzan el 23,5″ con algún pico del 26%. La imagen del helicóptero lo dejó ver ingresando en esa zona. ¡Viene con fatiga! —vaticinó el catedrático Perico. En efecto, la pendiente extrema le recibía mermado de fuerzas de tanto que había derrochado hasta entonces. El cronómetro sobre impresionado de la televisión acusaba la caída de los segundos de ventaja; todavía pocos, pero el goteo era constante. Cuando terminó de penar en la recta inacabable, ya Chris Froome escapado con su último escudero de la disciplina del grupo, había dejado la ventaja en poco más de 30 segundos. Faltaban dos kilómetros. En cualquier otro puerto, la ventaja hubiera sido suficiente, pero aquello era el Angliru.
Lo peor había pasado, pero quedaba lo menos malo, un venenoso descanso tras la Cueña, el Aviru con un 21% y los Picones con un 20%, fantasías de los asturianos en poner nombre a cada tramo. También Ilnur Zacarin, el más escuálido de los rusos jamás visto, reaccionaba. También quería ingresar en el podio. Al principio de la etapa estaba fuera de él, pero ahora se acercaba con pedaladas agónicas. De Nibali, segundo cuando comenzó la etapa, nada se sabía.
Los perseguidores, cual lobos hambrientos, seguían pegando dentelladas. El escudero de Froome, un tal Wout Poels, le abría camino; no necesitaba motocicleta. A poca distancia, se acercaba el ruso. Coronada la última rampa dura, Contador ya sentía el aliento famélico de los que le iban a la zaga, pero sucedió que a Foome le costaba seguir el ritmo asfixiante de su coéquipier. Pudo haberle dado licencia para que persiguiera al escapado y le disputara la etapa, pero en el Sky todo está atado y bien atado; arropar al líder hasta el final.
Pero aun así, ya no había ocasión, Contador lo había logrado; les aventajaba con la misma distancia que a él le faltaba hasta la línea de meta. Pero aún tenía que llegar. Hasta que no se cruza la raya de la gloria, nada está ganado ni nada está perdido. Desde la Cueña les Cabres ya no había subido con la piernas; éstas ya fallaban, pero no el corazón ni la cabeza. Y es la cabeza la que en última instancia ordena.
Estaba dando sus últimas pedaladas y quería hacerlo a lo grande. Y podía hacerlo! En la etapa reina, en la que todos sueñan con ganar, en la que ya lo había hecho una vez, luego conocía las claves. Pero ahora era diferente; entonces corría por competir y ahora para que le recordaran. Quería corresponder a toda la devoción demostrada por tantos entusiastas de su estilo, desde Nîmes, donde saliera la Ronda un 19 de Agosto, país vecino donde muchos radicales no le perdonan que se codee con sus campeones del pasado: Anquetil e Hinault y después a todos los aficionados diseminados por toda la geografía patria. Quería hacer olvidar y olvidarse él mismo del mal día de Andorra, donde perdió no sólo casi 3 minutos, aunque pudieron haber sido diez, declaró más tarde, sino de un verdadero cara a cara con Froome. Esto no pudo ser, pero le hizo sufrir a éste para ganar su primera Vuelta.
Eso ahora ya no tenía importancia; era la hora de la despedida y quería hacerlo con una obra maestra. Una hazaña a la altura de su manera de de entender la competición. Por la gente, repetiría más tarde una y otra vez. Por la gente. Por eso, cuando vio que el objetivo estaba logrado, apenas 150 metros le quedaban en ligero descenso, se abrochó el maillot, hizo unos aspavientos con su mano diestra como cuando un director de orquesta invita a un allegro, después llevó la misma mano al corazón y disparó su última bala al tiempo que cruzaba la meta. Detrás, a través de los empañados cristales del coche del director de la vuelta, pudo verse como todos aplaudían.
Esta manera de celebrar las victorias con un disparo al aire, le valieron desde muy temprano el sobrenombre de El Pistolero. Para este escribidor es sencillamente El Mago.
El Morocho del Abasto
Se me pusieron los pelos de punta viendo la etapa y me he emocionado leyendo tu crónica. En el ciclismo hay etapas que perduran en la memoria por encima de los triunfos en grandes vueltas y la victoria de Contador en el Angliru no la olvidaremos jamás. Y también decir que estoy contento por la victoria final de Froome. Un gran tipo, desde luego. Y muy bueno para la Vuelta tenerlo a él en el palmarés.
Bueno, lo de Froome… En efecto, le tenía ganas a la Vuelta y ha venido muy bien preparado, con el mejor equipo posible. En casi todas las etapas de montaña, abrumaba ver a la plaga Sky llegar con 4 o 5 componentes casi hasta final. El resto ya tenía bastante con no descolgarse. Por eso cobra mayor mérito lo de Contador. Y si en la última, la mítica, consiguió por fin la victoria que se le había mostrado esquiva hasta entonces ¿qué más se puede pedir? El mejor final posible para él y para todos sus seguidores. Lo echaremos mucho de menos. Y no hay que olvidar la enorme contrarreloj que hizo. Aunque claro, 42 kilómetros en llano, parecía un guiño para que Froome sentenciase si le hacía falta.