CARLIN-GODELLA, LA DE VICENTE ALIAGA
Cuando se traspasa la puerta vítrea, de apertura automática e hipersensible, lo mejor de todo es que Carlin se queda en el letrero de fuera y se entra en el universo Vicente Aliaga. Los productos son marca del de fuera, pero el trato y la atención son del de dentro.
En ese interior, Vicente organiza, repone, atiende, hace fotocopias, imprime, formula pedidos, acepta reservas y sin dejar de hacer todo eso, da conversación a los clientes. Pues ésta es una de las servidumbres de los pueblos; atender las cuitas de los parroquianos.
En relación al asunto que inspira este artículo, diré que Vicente no es un librero puro, como este escribidor no es un godellense puro. Este mestizaje tiene sus ventajas. Tuve la osadía de ofrecerle en venta un ejemplar de mi libro, Cuentos Arquitectónicos, cuestión que no hubiera procedido con un librero puro. Muy amablemente, me lo compró.
Continué frecuentando su establecimiento, pues para cada presentación de libro, ya van tres, acudía a imprimir las pruebas para los carteles anunciadores. A veces le acompañaba Inmaculada que se interesaba por la marcha de mi libro. Agradecía, mas no supe ver en ello, el interés de una lectora en ciernes. Los creadores, a veces somos así; centrados en lo nuestro no somos sensibles a lo que nos rodea.
En una de estas visitas, aceptó el reto de pedir el libro a la distribuidora, cumpliéndose así mi anhelo de tenerlo en situación de proximidad, para mis eventuales lectores y convecinos. Fue un modesto puente para que el comercio local del sector, pudiera ofrecer lo que ya estaban ofreciendo las librerías de la capital.
Tardó algún tiempo en ser servido, por misterios insondables de la distribución, mas finalmente llegó. Fui a visitar a la criatura y me sorprendió un espacio dedicado a libros mayor del que me esperaba. Entre volúmenes de distinta hechura, en íntima vecindad de Santiago Posteguillo y en proximidad de un tal Javier Sierra que me persigue allá donde voy. Lo mejor de todo es que vino con un pan bajo el brazo, léase un pedido. Y es que Vicente tiene clientas incondicionales. Y ese es mi honor añadido: su clienta será mi lectora.
No se me ocurre otro final mejor que el de Casablanca: Presiento que este es el principio de una gran amistad.
El Morocho del Abasto