I MARATÓN DE MICRORRELATOS VALENCIA ESCRIBE
La cita era en Massalfassar, en el centro cívico junto al polideportivo. El sábado 20 de febrero. Año en curso: 2016. Había que madrugar, maldición del hombre que tiende a la laxitud, como el que les escribe. Era preceptivo personarse, para validar la prescripción, entre las 9.15 y las 9.45h. La mañana era fresca. Diseminado por la Avenida del Novelista Vicente Blasco Ibáñez, en la que se ubica el edificio, se apreciaba un discreto tránsito de peatones, algo inusual para un sábado a semejante hora. Eran otros participantes. Un grupito me precedió. Subían una suave rampa que resolvía el acceso a un edificio de ladrillo cara-vista cuyo gran hall y escalera confinados en un cuerpo vidriado, dividían el edificio en dos mitades casi simétricas. Con paso cansino me adentré. Entre veinte y treinta personas ocupaban el espacio, algunos de ellos, los menos, formaban cola ante una mesa. Me sumo a la misma. “Poca gente”, pienso de inmediato. El reloj del teléfono portátil marcaba las 9,15h. “Aún hay tiempo” intenté consolarme. Me identifican en la lista, me asignan un número: el 007 y pago. Dos euros. El concurso tenía esa pequeña perversión. Los premios se nutrían de las aportaciones de los concursantes. Cada ronda, los supervivientes habían de validar con dos euros su derecho a participar.
Vamos entrando en el salón .Butacas. Sin brazo ni lugar alguno donde apoyar las hojas que nos suministran; varias en blanco para los borradores y una planilla numerada del 1 al 120 para la entrega del microrrelato. En las bases recomendaban traer carpeta o una plancha rígida para apoyar. Intento suplir mi despiste con una revista atrasada que me facilitan en la cafetería.
Vamos ocupando asientos, cada uno dónde quiere. No se ocupa ni la mitad del aforo, que estimo en unas doscientas personas. Así que incluidos acompañantes… El maestro de ceremonias, tras ser presentado y presentar él mismo al jurado: tres mujeres y tres hombres, nos saca de dudas. Somos 46 aspirantes.
Nos proponen componer un microrrelato entre 50 y 120 palabras que comenzará obligatoriamente con una frase, la misma para todos. El tiempo es de 20 minutos. La frase es: “Estaba perdidamente enamorado de ella”. Parece una frase muy abierta que puede dar mucho juego. Dan la salida y nos lanzamos. Los bolígrafos surcan las hojas empuñados mor manos serviles al mandato del ingenio. Antes, nos han indicado que de los presentes, 36 pasaremos a la segunda ronda. Con un seco “fin”, anuncian el final de la prueba. Nos invitan a abandonar la sala y dejar al jurado deliberando. Entre ellos hay escritores del ámbito local, deduzco, y la concejala de Educación y Cultura.
Tras una media hora o algo más, aparece el maestro de ceremonias con una hoja y va enunciando los números de los elegidos para la segunda etapa. Recita: “42, 7,…” Entramos y se repite el protocolo de la prueba anterior. Ahora la frase es para concluir. “Que sea lo que Dios quiera”. Así han de terminar todos los relatos micro. Veinte minutos. Nos anuncian que de los 36, en esta nueva fase, sobrevivirán 24. Concluido el tiempo salimos de nuevo para dejar al jurado aislado. Algunas personas portan una cajita de cartón: un paralelepípedo del que emerge una ramita. Es el premio de consolación para los no elegidos. Un madroño para plantar.
Aparece de nuevo el maestro de ceremonias y recita el número de los 24 llamados a continuar. La suerte nos sigue sonriendo, así que entramos. La pequeña colación tomada en la cafetería nos reconforta para abordar esta tercera etapa. Ahora hay que insertar, cada uno en su escrito, dos palabras obligatorias: alfeizar y mandarina. Para los habitantes de las tierras levantinas, el cítrico y la palabra herencia del islam, son elementos enraizados y entrañables; forman parte de su universo cotidiano. Ahora los supervivientes serán 12.
Otra pausa para esperar el veredicto. Por el hall, circulan más madroños. Algunos concursantes eliminados han tenido la delicadeza de continuar; acaso acompañando a algún amigo superviviente. El oficiante aparece de nuevo y recita los 12 números. De nuevo, la Virgen de la Letras se nos aparece y, de su mano, volvemos a la gran sala. Ella se queda fuera para no darme trato de favor, pero su aparición me ha animado. Ahora, según las bases, había que inspirarse en una imagen para componer un relato de la misma extensión y en el mismo tiempo. Nos comunican que a falta de proyector u otro elemento para tal fin, podemos hacerlo inspirándonos en el jurado. “Podéis hacer con ellos lo que queráis”, anuncia la voz. Siguiendo la tendencia perniciosa en cocina de “crear” platillos basados en el concepto de “deconstrucción”, elaboro un escrito “deconstruyendo” el mito de doce hombres sin piedad, concluyendo con la transcripción de mis temores ante el fallo del jurado.
Esta vez la espera es más dolorosa; de esta etapa conclusa saldrán los cuatro finalistas. Nos invade la satisfacción del camino recorrido, pero también la angustia ante el fallo. Se nos antoja más larga la deliberación, aun siendo menos los relatos. Emerge otra vez el conductor del concurso y cita los cuatro números. Estamos entre ellos. Entramos de nuevo los cuatro, entre aplausos de los espectadores supervivientes y gente de la organización. La Virgen de las Letras, esta vez, se mantiene oculta. Es la gran final El tiempo ahora se reduce a 15 minutos y las palabras a un máximo de 50. Hay una frase obligatoria de comienzo: “Quedan quince minutos, cuarenta y cinco segundos y tres milésimas.” En mi borrador, me excedo de palabras y ante la premura de tiempo, decido escribir en la planilla recortando sobre la marcha y en directo la extensión. Termino, aún podría añadir alguna palabra, pero tendría que intercalarlas y la limpieza del escrito se resentiría. Decido entregarlo así, sin tachones. Me sobra tiempo, repaso y corrijo acentos. Cierro el bolígrafo y lo deposito sobre la hoja, en diagonal, como barrándola. Me quedo mirando al vacío. Suena la voz de fin. Entregamos y salimos.
Tras una deliberación ajustada en tiempo, nos invitan a entrar para leer el fallo dentro del salón. Nombran al cuarto clasificado. No soy yo. Sube al escenario, recoge diploma y dos sobres misteriosos: uno con la devolución de la fotocopia de su DNI. y otro con el óbolo. Se presenta y lee su microrrelato. Aplaudimos. Nombran el tercer premio que, ésta vez, sí que soy yo. Recibo y como novedad, doy la mano a todos los miembros del jurado.
Los premiados hemos sido cuatro. Una mujer y tres varones, pero la ganadora ha sido ella, la portadora del número 42. Me felicitan, les felicitan, nos felicitamos todos. Me consuelo de no haber ganado el primer premio con un ejemplar de madroño.
El Morocho del Abasto
P.D.
La organización, el colectivo Valencia Escribe, se estrenaba en estos oficios. No en vano era su primera convocatoria. Respondieron con eficacia, amabilidad y entrega. Hubo algún cambio con respecto a las bases, pero se adaptaron muy bien; todo vino muy bien rodado; los tiempos de espera fueron razonables.
El Ayuntamiento de Massalfassar tuvo la amabilidad de ceder la sede, incluso envió a la edil de Educación y Cultura, que aguantó hasta el final, formando parte del jurado. El alcalde tuvo a bien clausurar el acto.
A ambos, colectivo y ayuntamiento, vaya mi reconocimiento
Una crónica muy completa del evento, sí señor. La verdad es que lo organizaron bastante bien y no tuvimos que esperar demasiado entre ronda y ronda.
Por cierto, me gustó bastante el texto que te salió al final.
Un saludo de la número 42, nos leemos.
Gracias, número 42. Yo también te he leído. Te propongo un pequeño reto. Si eres capaz, a partir de tus borradores, reescribir los cinco relatos micro que escribiste (el último ya está)… Si nos ponemos de acuerdo los publicamos, cada uno los nuestros, en nuestros blogs. ¿Que te parece?
Un saludo
Hecho. Imagino que lo tendré en un par de semanas, que estas dos próximas tengo ya un par de temas planificados.
Un saludo, nos leemos.