I’m your Man. Leonard Cohen.

 I’m your Man. Leonard Cohen.

 

         LEONARD-COHEN-PARA-WEB   Aquí en España, a nivel de gran público, lo conocimos cuando irrumpió en nuestra pequeña pantalla, en algún espacio musical, quizás a finales de los ochenta. Ya era una figura consagrada y los iniciados, incluso en España, ya lo conocían. Me llamó la atención, especialmente, el aura camp en la que se envolvía. La quietud de su estampa, el tono quedo de su voz y el micrófono retro, ahora dirían «vintage», tras el que ocultaba su boca susurrante. También el poco trabajo que les daba a las chicas del coro, que le acompañaban. ¿Forzaban la imagen al blanco y negro? Quizás no fuera así, pero así lo recuerdo.

            Ahora, al rememorar, me llama también la atención, mi propia reacción: rara vez presto atención a los artistas que pertenecen a esa entelequia que denomino «el mundo anglo-sajón», salvo contadas ocasiones. Que nadie siga mi ejemplo, son cosas mías, ¿acaso una pueril autodefensa contra esa culturilla que nos invade? El caso es que a al flemático Cohen no se lo tuve en cuenta.

            Más tarde conocí lo que le animó a lanzarse al mundo de la canción. Al parecer ya había escrito algunas letrillas, pero un cierto pudor le impedía intentar interpretarlas en público. Un día, realidad o ficción, cuentan que oyó a Bob Dylan por la radio y se dijo: ¡Si éste se atreve, yo también! Y así, según parece, empezó todo.

            En mi tierna juventud, no es una frase hecha, bueno sí, aunque fue tierna, me llegaban ecos de los conciertos en la británica Isla de Wight. Más que de los conciertos, en verdad, del ambiente libertino que allí se vivía. Tampoco esto me llamó especialmente la atención. Muchos, muchísimos años después, cuando ya era este escribidor de bitácoras un admirado entregado, pero tranquilo, del bate canadiense, me regalaron un disco antiguo. Incluía un DVD de su participación en uno de los conciertos en la isla de Wight. Corría el año de 1970. Un calmo, muy calmo y joven Leonard Cohen se exponía sobre un escenario ante una descomunal campa de espectadores yacientes y adormilados. Algunos, no pocos, sin embargo estaban atentos. Eran las cuatro de la madrugad, aproximadamente. Él vestía una suerte de chaqueta sahariana arrugada a más no poder, pijama declaro él, pelo largo, barba de algún día y guitarra en ristre. Allí con flema casi exasperante, desgranó sus canciones con la casi inapreciable, pero preciosa colaboración de sus coristas… Repasando la lista de las canciones, una vez más constato, que los artistas de larga trayectoria, a una edad bastante temprana, ya habían compuesto lo mejor de su repertorio.  Cohen tenía, a la sazón,  treinta y cinco años. De entre las canciones allí susurradas evoco: «So long Marianne, That’s not way to say goodby, Suzanne, The Partisan, Famous Blue Rain Coat…

            Resulta curioso, cuando un artista entra a formar parte del universo privado, sentimental, de un paseante, cómo una reseña, una imagen evocada… Al que les escribe, envilecido por la vida, un buen día le dio por estudiar alemán. Un librito de lectura, adaptado, de los que fabrica la factoría Langensheidt, contenía una escena en la que una joven alemana adolescente, como signo de rebeldía, se encerraba en su habitación y ponía «a todo volumen», como si ello fuera posible, un disco de Cohen: «Songs of love and hate». ¡Menudo signo de rebeldía!

            Toda su discografía, salvo algún olvido, es en inglés. Sin embargo, en una de las primeras canciones,  que escuchó este redactor, The Partisan, hay un homenaje precioso a otra lengua. Cada vez que la oye, espera con impaciencia, ese párrafo, esos versos:

            J’ai changé cent fois de nom,

            j’ai perdu femme et enfant,

            mais j’ai tant d’amis.

            J’ai la France entière.

            Un vieil homme, dans un grenier,

            pour la nuit nous a cachés.

            Les allemands l’ont pris.

            Il est mort sans surprise.

            Se le concedió el Premio Principe de Asturias de las Letras. En su discurso quiso destacar que un muchacho español, que tocaba flamenco en un parque de Montreal, le enseñó a tocar la guitarra española. Tan solo seis acordes; la base del flamenco. El premio se le concedió  en 2011. Hace un mes escaso, se anunció el Nobel de las Letras para Bob Dylan. Quizás el próximo sea para Cohen, razonó un servidor. Pero no le ha dado tiempo. Descanse en paz.

                        El Morocho del Abasto

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