CARLIN-GODELLA, LA DE VICENTE ALIAGA

           

                CARLIN-GODELLA, LA DE VICENTE ALIAGA

CARLIN-3            Cuando se traspasa la puerta vítrea, de apertura automática e hipersensible, lo mejor de todo es que Carlin se queda en el letrero de fuera y se entra en el universo Vicente Aliaga. Los productos son marca del de fuera, pero el trato y la atención son del de dentro.

         En ese interior, Vicente organiza, repone, atiende, hace fotocopias, imprime, formula pedidos, acepta reservas y sin dejar de hacer CARLIN-2todo eso, da conversación a los clientes. Pues ésta es una de las servidumbres de los pueblos; atender las cuitas de los parroquianos.

            En relación al asunto que inspira este artículo, diré que Vicente no es un librero puro, como este escribidor no es un godellense puro. Este mestizaje tiene sus ventajas. Tuve la osadía de ofrecerle en venta un ejemplar de mi libro, Cuentos Arquitectónicos, cuestión que no hubiera procedido con un librero puro. Muy amablemente, me lo compró.

          Continué frecuentando su establecimiento, pues para cada presentación de libro, ya van tres, acudía a imprimir las pruebas para los carteles anunciadores. A veces le acompañaba Inmaculada que se interesaba por la marcha de mi libro. Agradecía, mas no supe ver en ello, el interés de una lectora en ciernes. Los creadores, a veces somos así; centrados en lo nuestro no somos sensibles a lo que nos rodea.

     En una de estas visitas, aceptó el reto de pedir el libro a la distribuidora, cumpliéndose así mi anhelo de tenerlo en situación de proximidad, para mis eventuales lectores y convecinos. Fue un modesto puente para que el comercio local del sector, pudiera ofrecer lo que ya estaban ofreciendo las librerías de la capital.

 CARLIN-1       Tardó algún tiempo en ser servido, por misterios insondables de la distribución, mas finalmente llegó. Fui a visitar a la criatura y  me sorprendió un espacio dedicado a libros mayor del que me esperaba. Entre volúmenes de distinta hechura, en íntima vecindad de Santiago Posteguillo y en proximidad de un tal Javier Sierra que me persigue allá donde voy. Lo mejor de todo es que vino con un pan bajo el brazo, léase un pedido. Y es que Vicente tiene clientas incondicionales. Y ese es mi honor añadido: su clienta será mi lectora.

            No se me ocurre otro final mejor que el de Casablanca: Presiento que este es el principio de una gran amistad.

           El Morocho del Abasto

BURJASSOT-GODELLA Viaje Sentimental en el Presente Evocando el Pasado.

                                                BURJASSOT-GODELLA
PLANO-GUIA-1-5000-webViaje Sentimental en el Presente Evocando el Pasado.

            De entre todas las definiciones posibles, etiquetas que a uno le ponen, cuando, tras el campamento, me incorporé a mi destino en el servicio militar. Preguntado sobre mi origen, ¿de dónde venía, de dónde era?, se me ocurrió la respuesta: valenciano de Teruel. El interlocutor, aragonés de pro, esperaba, hallándonos ambos en tierra extraña, una reafirmación de mi nacimiento. Mas no y lo que en aquel tiempo no fue más que una afirmación ocurrente, ganas de ser original; ha ido instalándose y estovando mi ánimo. Un servidor se considera orillero: no es del norte ni del sur y de los dos a la vez. Es español y razonablemente europeo y americano por la lengua común. Hay otra América; la del Norte.

            Atendiendo a mi parte valenciana, habiendo morado en Godella, Burjassot y de nuevo en Godella, se me ocurrió, como postura estética definirme godellense, por aquello de que mantenía pura la identidad de pueblo, frente a un Burjassot más transformado. Pero las posturas estéticas ceden ante el sentimiento íntimo. Así éste, el orillerismo, reclamó su protagonismo, copiando la etiqueta de la estación del trenet del mismo nombre: Burjassot-Godella.

  1. A.   Godella

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              Este escribidor, asentado en Godella, se asoma a la puerta de casa y su visual se recrea, a izquierda y derecha con las casas, no es exagerado decir solariegas, de la calle Mayor, algunas pequeños palacetes, verdadera milla de oro de la arquitectura local. Casi enfrente, sobre una plataforma elevada, el Ayuntamiento y al fondo de la misma, la Iglesia de San Bartolomé, perturban recordando la condición vulnerable del administrado; la inmediatez del castigo terrenal y la eventualidad del divino. Ya  que estoy en la puerta, sin decírselo a mis conciudadanos, no sea que algún exaltado quisiera afearme la conducta, me dirijo hacia Burjassot.

            Remonto la callejuela, prolongación de la rotulada, Músico José Caballer, que en los días de gota fría se convierte en un torrente de aguas bravas y me cruzo con una vecina. Ésta viene con su carrito de la compra, del otro pueblo, hacia el que me dirijo. Me lanza una mirada cómplice con su buenos días. Se me ocurre una similitud, quizás nada ajustada, entre la Rive Gauche y la Rive Droite de París. Así la Rive Gauche, Godella, sería la orilla de los colegios, de los cafés y de los restaurantes, a los que acuden o acudían los más progres  de la otra orilla y la Rive Droite, Burjassot, la del comercio a la que acudían los de Godella cuando nadie los veía. Esto no deja de ser una simplificación, pero es una pequeña perversión que ameniza mi camino.

  HOJA-1-WEB          1. Llego a la esquina con Salvador Giner. Allí un exquisito peluquero de pueblo, el Rafelo,  se esmeraba con las cabezas de su clientela. Le sobreviven dos hijas fumadoras.

            2. Alcanzo la intersección con Tenor Alonso, donde se asentaba la bodega-vivienda Pedralbino. Me paro y evoco la sensación de calor y bienestar que iniciáticas libaciones de vinos abocados a razón de 3 o de 5 pesetas, según los centilitros, provocaba en jóvenes estudiantes, cuando el vino formaba parte de la dieta y no estaba demonizado, ni se pedía carnet para su degustación. De esta institución de servicio permanente, se cayó el uso de bodega, para ser ahora una discreta vivienda.

            3. Godella tiene algo de colinas de San Francisco, otra asociación que se me ocurre en mi remontada. Arribo ante lo que fue una zapatería. Del balcón del piso colgaba un zapato inmenso, que el niño que fui asociaba con los habitantes del País de los Gigantes de Gulliver. Con mi hermano acudí, antes de la muerte del dictador, a comprarme una Chirucas, a la sazón botas de suela de goma gruesa y cuerpo de loneta; eran las del montañero pobre. Le propuse una carrera y siendo él menor, tanto me pesaban los pies que me ganó.

            4. La que fue Papelería Salas. El señor Salas, hombre que con el paso del tiempo definí como librepensador, regentaba siempre con un guardapolvo azul; así lo recuerdo. Y los tinterillos Pelikan, cuya tinta olía como sólo olía la Pelikan, combustible para las ideas y los sueños.

            5. Llegamos y aquí hemos coronado la colina, al Carrer Ample, que emergiendo de la angostura, se entiende acertado el nombre. En la esquina derecha, según se asciende, una moderna construcción ha borrado incluso, casi del recuerdo, lo que fuera el negocio de los padres de Apa, el cantor de Estil valencià con florituras flamencas acaso mamadas de su madre andaluza. El último uso que recuerdo del negocio fue el de sellado de quinielas y apuestas.

            6. Contigua, la que fuera Peluquería Francés, que todo el mundo conocía como Ca Agustinet. Agustín Francés, Agustinet, que de joven fue púgil, estaba especialmente dotado para la oratoria, sin que por ello las tijeras dejaran de hablar. Con memorables pausas, por supuesto. Le ha sucedido su hija Pilar de notables condiciones para el oficio.

            7. Atisbamos, sin acercarnos, en la acera opuesta del Carrer Ample, la carpintería Durà, donde acudía para transformar en madera mis primeros diseños.

            8. Cruzamos esta vía ancha y todavía por la Calle del Músico Caballer, que sigue teniendo estrechura de callejón, en la esquina con la del Pintor Pinazo, encontramos la que fue Papelería Pinazo, después Librería Pinazo y ahora local desolado por cierre. Una librería que se cierra es una pérdida que asociamos a la de un ser querido.

            8bis. Tras unos metros y en la acera de la derecha aun creo ver al señor Trenco, titular de la droguería de igual nombre, sirviéndome por incolora, una crema de calzado blanca. Nunca tuve unos zapatos de ese color, por eso aún la conservo.

            Llegamos a la calle Divisoria, otro nombre bien acertado. Una vía que separa los dos términos. En realidad, recibe ese nombre en la acera de Burjassot, mientras que en la de Godella se llama Pirotecnia Caballer. Si la tomamos hacia la izquierda, peina la plaza del Dr. Valls, donde comienza el barrio que ha permanecido en la memoria popular como Les Coves, por la razón de que los edificios de esa zona se asientan sobre lo que fueron cuevas-vivienda. Estamos todavía en Godella y una de las calles que lo conforman, la llamada de Burjassot, que desemboca en la mentada Divisoria, fue el primer destino de este valenciano de Teruel. El orillerismo se estaba forjando.

            9. Seguimos en la esquina izquierda donde se asentaba la tienda de comestibles de la Tía Pepa. Cruzando la calle ya estaríamos en Burjassot, pero permanecemos en esta esquina a la que le hemos tomado querencia y observamos que a partir de ahí el paisaje urbano cambia radical. Se abandonan las casas bajas de un piso, dos máximo y se abre la Avenida de Ausias March.

CROMOS

     

 HOJA-2-web           B. Burjassot-Godella.

            Hemos cruzado. Ya estamos en Burjassot. Edificios a caballo entre los sesenta y los setenta de varias alturas nos reciben. Viviendas impersonales que ganaron en altura para recibir la fuerte inmigración coexisten con algunas casas bajas más antiguas.

            Antes de ser repatriado de la diáspora de españoles por Europa que supuso la emigración de los años sesenta, en alguna de las vacaciones en que se acostumbraba a realizar el Vía Crucis de visitas familiares, el narrador recuerda que hasta aquí llegaban las vías de un tranvía a la antigua, es decir compartiendo calzada con los escasos vehículos, que ya no circulaba. Pero las vías aún permanecieron unos años. Una máquina había soltado, un poco antes, los vagones que trajera desde Valencia y con un hábil cambio de agujas y de vía, tomaba aquellos que había de llevarse de nuevo hacia Valencia. Y el viaje se reiniciaba, repetición de los anteriores como metáfora de los ciclos de la vida.

            10. El kiosco de Michel, un francés que se asentó en el barrio hace treinta años, cuatro estuvo en otro emplazamiento, se asienta, después de veintiséis en el bajo que fuera el de los comestibles de Esmeraldita. Comparte decanato de los comerciantes del barrio con quién después nos ocuparemos.

            11. A continuación el Bar Emilio, cuya fachada denota abandono, derrota y sufrimiento, habla por sí sola de la caída que sufrió este populoso establecimiento. Sin embargo es más fuerte el recuerdo de aquel coloso Emilio que tanto intimidaba al muchacho que comenzaba a aficionarse a los ambientes de café y sobre todo los memorables champiñones a la plancha que, sin razón lógica para ello, asocio con otros memorables de la Calle Laurel de Logroño.

            Incluimos en éste epígrafe y contiguo a él, el horno de Lolín o Loli, industriosa mujer que oficiaba siembre animosa. Nunca descifré el enigma de porqué un horno vendía huevos y yogurts, cuando los Danones de cristal eran los únicos que se veían.

            11bis. Siguiendo por la misma acera a la altura del número 71, si cierro los ojos, oigo el izado de persiana, que mi amiga Isabel me recuerda, que aún después de varios años cerrada la Paquetería Maribel, tenía que realizar al volver a casa a ciertas horas de esas que llamaban intempestivas.

            12. Dos casas más abajo, pues estamos descendiendo la colina que antes habíamos coronado, arribamos al decano de los locales de la calle; los Talleres Auge de Felipe. Este mecánico autodidacta tuvo el dudoso honor de estrenarse en su actividad “metiéndole mano” a mi Renault 4 amarillo. Aún después de 30 años, ambos lo recordamos.

            13. llegamos a la intersección con la calle Vista-Alegre donde aún se mantiene en pie, aunque muchos años cerrado, el edificio de Telefónica. Allí acudíamos algunos mozalbetes acompañando al hijo de un empleado, cuando sin vigilancia invadíamos el, para la época, tan tecnológico lugar.

            14. Justo enfrente, en la acera izquierda, dos locales vecinos con desigual fortuna. Primero la desaparecida Ferretería Díaz, familia de tan grandes profesionales como grandes fumadores, ahora convertida en peluquería. A continuación la farmacia que mantuvo durante lustros su cruz verde en la esquina antes de mudarse, calle Vista Alegre abajo hasta la carretera de Bétera, muestra ahora la tristeza de su persiana bajada.

            15. Volviendo al edificio de la Telefónica, cruzamos Vista Alegre y llegamos a la esquina del Bar Avenida, hoy después de muchos años, comercio de alimentación, Súper Tauro. Este cambio de denominación no ha implicado cambio de titularidad. Allí, el aperitivo estrella para la muchachada, siempre escasa de peculio, era a cambio de 27 pesetas y así recitado: una de morro y una Peksi; no es error como se ha escrito: P-E-K-S-I. Algunos preferíamos sustituir la “Peksi” por una caña, con lo que aún nos resultaba dos pesetillas más barato. ¿Cómo se pretende así acabar con las libaciones etílicas?

      HOJA-3-web      16. Admiramos algo más abajo, en la acera opuesta, una casa tradicional, muy bien conservada, casa de acomodados veraneantes venidos de la “lejana” Valencia. Sólo un momento, para admirar esta construcción superviviente de tiempos ya perdidos.

            17. Colina abajo, tornando a la acera derecha, donde la vía que llevamos se une con la carretera de Bétera, formando como en la yunta de dos ríos un delta, se levanta un edificio, algo más pretencioso que el resto de los de la década de los setenta, donde se instala Muebles Núñez, que ha podido sobrevivir hasta la fecha en que se redactan estas líneas.
Dentro de este solar-delta ha quedado, en la punta, una plazoleta con árbol en súper-alcorque en el centro, banquito para reposarse y como elemento superviviente de usos periclitados, un ejemplar de cabina telefónica, modelo templete abierto. Es el punto en que confluye la mentada Carretera de Bétera, que en ese tramo se llama Calle de Lauri Volpi, en honor a don Giaccomo, tenor italiano que tuvo el detalle de instalarse, junto a su amada María Ros, soprano alicantina, en un palacete todavía en pie, a escasos 50 metros.

            18. Después de la confluencia, la vía resultante mantiene el nombre de Ausias March. Sin detener nuestro paseo, admiramos un buen exponente de adaptación de un edificio fabril, antigua fábrica de telares de seda, a uso vivienda y bajos comerciales.

            19. Cruzada la Calle de Guzmán, paradójicamente apodado el Bueno, llegamos ante lo que fuera un bar, el Rosana. En vista del uso actual se hace necesario, una vez más, cerrar los ojos para evocar a su regente un hombre flaco y nervioso y su señora, contrapunto perfecto, donde traicionando las apariencias, se servía un café excelente.

            20. Enfrente, al otro lado de una plaza ajardinada, destaca y emerge de sus andenes el edificio color albero y blanco de la estación de Burjassot-Godella, que da nombre sentimental al barrio y acaso a sus gentes aportando un gentilicio no formal, pero que nos atrevemos a enunciar por primera vez: burjasotense-godellense. (*)

            Verán, estamos caminando por el término de Burjassot, pero hasta que no crucemos la vía que ya está a pocas zancadas, tenemos el sentimiento de todavía transitar por este territorio, más emocional que real, entelequia llamada Burjassot-Godella.

            21. Atisbamos «Conservas Badía», después de varios lustros evolucionada, convertida o adaptada en Mercadona. Esta tienda, ejemplar señero de la cadena valenciana, tiene su entrada peatonal anterior en Burjassot-Godella y salida posterior a…

CROMOS-2

 

El Morocho del Abasto

Imágenes, fotografías y mapas: Manuel Geómetra.

(Continúa en Templers de Burjassot)
https://templersdeburjassot.wordpress.com/2018/02/25/burjassot-godella-viaje-sentimental-en-el-presente-evocando-el-pasado-ii/

(*) El templer Javier Martínez, en el prólogo al artículo sobre mi libro, Cuentos Arquitectónicos, publicado en su blog, Templers de Burjassot, acuñó el término de “burjasotense-godellano”, estableciendo con ello, muy hábilmente el germen de este artículo.

LAS CHICAS DE LA LIBRERÍA CERVANTES

                LAS CHICAS DE LA LIBRERÍA CERVANTES

TRES-CRIAturas            Nunca había estado antes en la Papelería-Librería Cervantes de Godella, lo cual ciertamente no dice nada a mi favor. Añadan como agravante que soy de Godella o asimilado, esto es; fruto de la emigración. Vivo en esta población, con alguna intermitencia, desde hace más de cuarenta años “válgame el señor” y la librería lleva en funcionamiento 25 años. Con esos datos, nuestros caminos bien podrían haberse cruzado en alguna ocasión; dicho de otra manera, podría haber tenido la curiosidad de visitarla. Tampoco ellas, la regente y su hija, tuvieron noticia cuando presenté mi libro, Cuentos Arquitectónicos, en Villa Teresita en la Calle Mayor. Este dato, no lo refiero como atenuante a mi descuido, sino que es ilustrativo de lo que ocurre en nuestras sociedades actuales. En los pueblos, ya no se conoce todo el mundo.

            Añadiré que siendo un acto literario debería haber tenido la ocurrencia de visitarlas y quizás la municipalidad, podría haber dado más difusión a un evento cultural, que para una población de 13.000 habitantes, el autor novel que les escribe, siempre pensó  que tendría mayor repercusión. No es éste un escrito de lamentos, antes al contrario, es de optimismo.

            Un sábado de mañana tomé la bicicleta de las compras, la que lleva atada una cestilla para tal fin, llevando como único equipaje mi libro bien protegido en una bolsita de plástico transparente. Recorrí los 400 metros de la Calle Mayor, crucé la Carretera de Bétera y crucé la vía del trenet. A partir de ahí, las calles se hacen rampa pues se adaptan a lo que  fue la Muntayeta de Godella. Con una bicicleta sin desarrollos la cuesta parecía más pina de lo que es, que no es poca, pero dada la brevedad del recorrido, llegué razonablemente entero y sin sudar; era el mes de enero.

            La tienda, pues tienda es,  aparece recogida y recayente a dos calles, con entrada a la Cervantes, de donde toma su nombre y a la de Paterna. Sobre ésta, tiene un discreto escaparate y sobre la otra, uno mínimo aunque coqueto que recuerda a viejos comercios de tradición.

            Entré y en un primer momento pensé haber hecho viaje en balde pues el espectáculo se me presentaba cautivador en cuanto a contenidos de papelería, manualidades y de regalo; todo dispuesto con gusto, pero libros, en una primera visual, no detecté ninguno. Mientras aguardaba a ser atendido los vi; un pequeño espacio en L. Hablé con Clemen, la dueña, no supe su nombre en esa primera entrevista, pero con toda naturalidad le ofrecí mi libro y con toda naturalidad prometió pedirlo a la distribuidora.

  ENTRE-COLEGAS          Dos sábados después, es decir ayer, volví a hacer la escalada ciclista y llegué casi en tiempo de descuento, término que uso para referirme a mi costumbre, poco elegante, de llegar rayando la hora del cierre.

            Fue una agradable conversación, siempre lo es hablar con los libreros, especialmente cuando éstos son lectores, pues y esto lo escribiré bajito, por si alguien me lee: hay libreros que no leen. Previamente Maru, su hija me había mostrado los tres ejemplares, tres criaturas que cohabitaban en íntima fricción, lomo con lomo, con el resto de obras.

 SOCORRO           Con Clemen, la conversación fue fluida, mientras Maru guardaba respetable distancia. La exposición de libros, en verdad no es muy amplia, pero como en una persona virtuosa, a menudo lo importante es lo que no se ve, así me aseguró que la mayoría de su clientela la tenía fidelizada. Le pedían y ella traía. De cualquier sitio; de cualquier distribuidora. Añadió que con frecuencia le reclamaban incluso ejemplares rarísimos. Con instinto protector, de inmediato pensé en mis tres criaturas: ¿entrarían ellas dentro de esta categoría?

            Aparte de los autores imprescindibles del momento, concepto este que debe entenderse en términos de venta, es muy de agradecer que tuviera un pequeño apartado de autores locales cuya nómina ahora vengo a engrosar. Me pregunto ¿si en la Biblioteca Municipal, habrán tenido la misma idea?

            Me despedí muy cordialmente de ellas dejando mis tres criaturas a su cuidado. Me fui tranquilo. Sentí que quedaban en buenas manos.

             El Morocho del Abasto

Un Amoureux Inquiet de l’Orthographe

             Un Amoureux Inquiet de l’Orthographe

  SERVICIO-DE-ESCRIBIR-PAR-MANUEL-GEOMETRA    L’hiver, quand il y en a, les amoureux hivernent. Heureusement cet année il y en a. Eux, les amoureux, par conséquent hivernent. Moi, humble solitaire je déduis que pendant cette merveilleuse saison il y aura des tas de filles, des femmes de tout genre non aimées. Alors, poussé par mon  esprit sylvestre et guilleret. je guète, je surveille, j’attends ma chance. Je flâne dans les rues balayées par le vent du nord. Fourré dans mon gros manteau, coiffé de mon feutre gris, je ressemble à monsieur l’hiver qui s’approche, mais que personne ne veut voir. Cette invisibilité est avantageuse; je les admire à plaisir. Elles sont tellement charmantes dans leurs fourrures chaudes. Mais leur cœur; il restera glacé sans un peu d’amour. Et le temps passe, passe, passe le temps…

      J’ai réussi, je suis tombé amoureux. Quelle joie! Qu’elle est belle cette saison! Qu’elle est belle la couleur crue du ciel, des cieux. Le platane énorme et nu de mon jardin semble se réjouir aussi.

     Et elle, que pourrais-je vous dire? Qu’elle a les lèvres violacées, froides qui attendent un peu de chaleur? Que ses yeux, comme le grand bleu, mon Dieu, quels yeux! Elle, elle ne sait rien encore, mais elle saura. Elle va commencer à savoir. Je lui écris. J’ai connu son adresse par un pur hasard; j’ai interrogé un concurrent! Cela ne sent pas le génie? Mais le genre épistolaire me pose un problème. Oui! Vous ne croirez pas vos yeux, mais si, c’est vrai. J’ai un document. Voici le lien:

    https://youtu.be/qhzrKzWqqqk

      Manuel de Français

Botellas Sin Transición. Bares que Lugares.

 Botellas Sin Transición. Bares que Lugares.

 

    BOTTLE        Había quedado con ella. Le había conseguido arrancar una cita. En un bar, algo discreto, con poco público, pues no todos saben apreciar los buenos lugares. En previsión de esa cita me había ido dejando crecer el bigote y la víspera de la cita…, he de confesarlo, me engominé las puntas. Dormí con una redecilla, boca arriba; a buen seguro ronqué, pero es tan triste; no tengo a quién. Ya no tengo a quién. Por eso aquella cita me tenía en un sin vivir.

            La ducha de la mañana tuvo su aquél. No sabía cómo conducirme pues suelo dejar que la lluvia que escupe el rociador me golpeé la cara; así que no me creí despejado en toda la mañana. Comí frugalmente y perdoné la siesta, cosa que no ocurría desde la llegada del euro, para no arruinar mi magnifico bigote. La cita era para las siete, las diecinueve como anuncian en las estaciones de tren. Hora ideal, que permite, caso de que no avance bien la velada, pretextar una cena con la madre, que se ha quedado sola… Si la cosa promete, siempre se puede sacar el recurso de invitar a cenar.

            La cosa cuando promete, ya me habrán entendido, significa, tras una buena maceración, preguntarse por donde colgar la ropa. Muchos años de educación como varón tienen la culpa de esa fijación  de pensar que las copichuelas, la cena y luego más copichuelas son el preámbulo de algo que casi nunca sucede, ¿pero quién sabe? Si al menos supiera lo que piensan ellas… ¿Y si pensaran lo mismo,  pero por una falta de comunicación, no lo percibiéramos?

            Me vestí cuidadosamente, decidí engominarme también el pelo; ya saben lo brillante que queda. Me hice raya al medio. Me enfundé un traje que los modernos: hipsters, runners y demás fauna llamarían vintage… Hago un inciso sobre la palabra en cuestión. En nuestros días, en que cualquier neologismo intentamos pronunciar “a la inglesa”, pues creemos que no hay otra más que la lengua única, por alguna curiosa razón, esta palabra solemos pronunciar, más o menos a la francesa, algo así como [ventash], discúlpenme la transcripción nada científica, muy de andar por casa. ¡Error! Según me contó un sesudo profesor de inglés, en verdad es una voz inglesa y deberíamos pronunciar algo así como [vintish]. Reitero mis disculpas.

            Pero volviendo a mi indumentaria, en verdad era una levita de mi tío-abuelo Leopoldo. Me vi bien en el espejo, ni siquiera había de ponerme postizo alguno; mi barriguita era natural. Pero quise bordarlo; la herencia de Leopoldo me viene por parte de padre. Por parte de mi madre hubo el tío Anselmo. Me puse su monóculo, al fin y al cabo es lo único que nos dejó, repetía mi madre.

            Sé que el concepto del dandismo se ha perdido, mas yo me sentí muy dandi. Intuía que iba a triunfar. Llegué con ligero retraso, de lo cual no piensen que me siento satisfecho. Mi Julieta ya estaba allí. Por la expresión de su cara comprendí que había valido la pena la puesta en escena. Ella iba muy natural; ya saben lo sencillas que son las mujeres con la ropa y con el peinado. Nosotros, sin embargo, tenemos esa servidumbre. ¡Ay, condición de varón!

            Ella, al principio daba idea de querer escapar, pero ya saben cómo las apariencias engañan; seguramente estaría impresionada. Pedí una botella, sólo para que se serenara, sin doble intención. Si les sigo relatando por lo menudo el lance, corro el peligro de no ser creído. Pero por fortuna para mi reputación hay un documento gráfico y sonoro. Les dejo con él.

https://youtu.be/UUYKgvSFaT8

            El Morocho del Abasto.

LA BLONDE

            LA BLONDE

    LA-BLONDE-web Aujourd’hui, comme il m’arrive souvent, je déjeunais tout seul. Dans un bistrot bon marché à prix fixe. Cela ne m’empêche pas, de temps en temps, de gouter un bon vin. Le vin d’aujourd’hui était plutôt un petit vin du terroir. Mais du vin, pas du vinaigre. Parfois la formule, d’un seul plat, inclut un petit dessert. Mon esprit était plongé dans un bol de lentilles « a la Riojana », l’on prétendait. Vraiment, c’était un de ces jours de plat à cuillère bien chaud et d’un bon verre de rouge. Dehors, la pluie avait cessé. Les carreaux des dalles du trottoir, d’habitude grisâtres, étaient devenus presque noirs.

     À l’intérieur deux hommes discutaient. Je les écoutais distrait entre cuillerée et cuillerée. Les lentilles avaient un arrière-gout bizarre que je n’arrivais point à identifier. Les hommes, cachés à ma vue, par cause d’un pilier de la salle, avaient cessé de discuter ; ils se disputaient. Le sujet, éternel chez nous les valenciens : si notre langue régionale est différente du catalan. L’un d’eux, le plus animé, voire colérique, défendait l’indépendance de notre langue valencienne. L’autre, condescendant, manifestait : « d’accord, appelle-la valencien, si tu veux ». Le premier, plus encouragé, n’acceptait pas ce pourboire ; pour lui ce n’était pas question de dénomination, mais de différence. Il s’appuyait sur le fait que si une langue existe, elle a des auteurs et de la littérature. Et que c’était un fait qu’il n’y a  aucun  ouvrage « catalan » antérieur à « Tirant Lo Blanc » de Joanot Martorell, homme de lettres valenciennes. De l’autre côté de la salle, un vieux paroissien mangeait sa soupe insensible à la bagarre.

     Soudain, la serveuse et patronne émergea du pilier. Elle avait assisté fort amusée à la dispute. Seulement elle essayait de maintenir les décibels dans un ordre de grandeur acceptable.

     —Surtout ne m’effrayez pas cet homme— dit-elle.

     L’homme c’était moi. En passant devant ma table, elle me cligna d’un œil. À l’attente du petit dessert, crème catalane brulée, je repris mon Maigret, page 22. Les deux hommes se mirent debout et s’écartèrent l’un de l’autre. S’étaient-ils vraiment fâchés ? Seulement un instant je les ai eus sous mes yeux. Tous les deux savouraient déjà la retraite. Moi, je savourais la crème catalane. Eux, ils s’étaient disputés pour la cause catalane. La crème finie, je repris à nouveau mon roman. Page 24. L’un d’eux, le défenseur du catalan sortit. L’autre, le plus bruyant fit un tour de la salle. Mon thé noir arriva. Ensuite arriva le défenseur du valencien. Il s’habillait d’un manteau vert énorme pour couvrir son imposante carrure. Une barbiche mal soignée cachait la rougeur de son teint. Rougeur de libations. Il se plaça devant moi.

     —Excusez-moi, monsieur, si je vous ai gêné… Tiens, un homme qui lit —s’exclama-t-      il ! —Quelle émerveille !

     Ensuite, il tira d’un sac à provisions, que je n’avais pas aperçu, un livre mince. Il se présenta comme l’auteur du bouquin. C’était un livre de poésie. Puis il ajouta :

     —Ingénieur retraité et poète à l’occasion.

     Ensuite :

     —J’écris des poèmes ; des sonnets et des haïkus.

     —Des haïkus aussi ?— Ce n’est pas une perversion ?

     Il fit un geste comme disant « c’est l’époque… ». Puis, il m’apprit la soi-disant métrique du Haïku. Sa conversation était vivante ; il passait d’un sujet à l’autre tandis que je feuilletais son ouvrage.

     —Mes félicitations— conclus-je en lui rendant sa carte de présentation.

     J’avais envisagé qu’il essayait de vendre ses sonnets. Mais non, il le prit tout naturellement et le rangea à nouveau dans son sac. Mais il ne se tut pas. Il interrompit, juste une seconde son bavardage, prit un air rêveur et continua :

     —Mon père fut collègue d’Antonio Machado au lycée de Soria. Il enseignait les maths el Machado le français. Mais mon père fut chassé de l’enseignement. Il était castillan, ma mère (je ne me souviens plus), et à cause du déménagement forcé je devais naître à Valencia…

     >Or, ma mère, se trouvant à Requena, dut-y accoucher. C’est la preuve de que j’y suis né à cause ou pour la faute du vieux Franco. Étant donné que Requena n’est point une zone où l’on parle le valencien, je ne le parle guère. Mais ça m’énerve d’écouter que le valencien est catalan…

     Très amusé je bus mon thé (Dammann Frères) à petites gorgées. À la fin, l’homme prit congé de moi, tout en s’excusant du vacarme avec son ami. Son ami n’était point fâché ; il était sorti avant, tout simplement pour fumer une cigarette, mais lorsque celui-ci partit, mon bavard ne l’accompagna pas et resta à me chauffer l’oreille.

     Tout amusé que j’étais, à un moment donné j’eus un frisson, quelque chose d’imprécis qui ne dura qu’une minute : je regardais, comme dans la boule à cristal d’une sorcière et je me vis, dans dix ou quinze ans, à faire le tour des cafés et à casser les pieds des attablés avec mes proses.

     D’un pas morne, je me dirigeais vers la sortie ; mon causeur resta dégustant, maintenant, un Rioja ; il devrait avoir soif. Je fermais lentement la porte de la Blonde et je partis de mon cœur à mes affaires. La patronne était brune.

         Manuel de Français

 

 

LA SOIREE DES ELECTIONS GENERALES EN ESPAGNE

           LA SOIREE DES ELECTIONS GENERALES EN ESPAGNE

                                                                       À Bicyclette…

     COUPLE-SUR-LA-PLAGE       À bicyclette le jour des élections, quelle joie ! Le jour tombait ; le jour était tombant sur une plage de Valencia. Très près de la capitale. Une plage de la banlieue.  L’homme, sur sa monture, longeait le bord de mer. Là où le sable est mouillé et ferme. Les roues ne s’enfoncent pas comme dans le sable sèche, mais laissent, seulement un instant, le temps d’un soupire, leur trace éphémère.

           Le nombre des baigneurs était depuis une heure en reculade. Les pêcheurs à la ligne prenaient le relais. Ici une famille ramassait ses affaires, là un couple enroulait sa serviette de bain… La brise faisait de son mieux et vainquait sur la force fléchie des rayons de soleil qui résistaient à disparaître. Le cycliste éprouvait son effet bienfaisant qui se manifestait sur sa figure d’un sourire presque idiot. Son esprit s’amusait dans la contemplation des scènes des gens et de leur chorégraphie pour se rhabiller. Mais ce n’étaient que des courtes impressions, des images attrapées au hasard du passage.

           La marée montante formait des petits ruisseaux qu’il fallait esquiver et l’homme sur sa bicyclette se servait de sa meilleure adresse pour se faufiler parmi les lignes des pêcheurs.

COUPLE-SUR-LA-PLAGE           Soudain, un couple attira sur lui une attention plus forte que le reste du décor. Un jeune homme embrassait une jeune fille. Tous les deux restaient debout pendant leur longue embrassade. Lui, le jeune, il était grand et maigre ; elle petite et maigre aussi. Il se coiffait d’une longue queue de cheval, elle des cheveux bruns mi- longs. Il était tout à fait nu, elle à peu près habillée. Une courte jupe et un top qui laissait sa ceinture en plein air. Faut dire que sa ceinture et son ventre seraient en pleine air si elle n’était pas fortement serrée, collée au corps du jeune homme. À four et à mesure que le cycliste s’approchait du couple licencieux, il évaluait qu’étant donné leur différence de stature, le pénis de l’homme serait en intime contact avec le ventre de la jeune fille. Il serait en train de recevoir cette tiède caresse…

           Malgré quelques spectateurs, les jeunes gens continuaient à leur aise. Finalement quand homme et vélo arrivèrent à moins de 10 mètres des exécutants, ils s’écartèrent l’un de l’autre. Le cycliste remarqua que si longue était la queue de derrière, longue était la pièce de devant. Mais il remarqua déçu que, malgré les bontés de la fille, l’homme ne bandait guère. Son instrument de bonheur manquant de force éprouvait celle de la gravité. Il demeurait mou cherchant à se cacher dans le creux que ses jambes flaccides offraient.

          Par ce petit, mais long détail, le cycliste voyeur comprit soudain que la formation mauve n’allait point gagner les élections. À voir les résultats.

 

 

Manuel de Français

LA SOIREE DES INCONTOURNABLES

 

     LA SOIREE DES INCONTOURNABLES

                                                                       Chronique d’un villageois.

PORTE-JARRETELLES-web     Il y a des façons de rire, de rigoler à gorge déployée, en montrant des gencives belles et rosées. Des rigolades contagieuses. C’est la pandémie du bonheur. Celles sont les adresses du maître souriant Jérôme. Il était là. Peut-être, était-il le premier venu pour la simple raison d’avoir le bonheur de donner la bienveillance aux autres, aux Incontournables. Car il ne s’agissait que de cela: un rendez-vous des Incontournables. Il y avait beaucoup d’appelés, mais peu d’élus. Les huit représentants.

 

 

EVENTAIL-WEB

Isabelle, la créaturequi ne parle pas, mais qui chante joli; en espagnol avec son accent français et en français à la française, avait emmené Vincent, un brave homme qui POT-AU-FEU-WEBsemblait s’amuser. Faut dire que c’est bien difficile de

PASTÈQUE-WEBs’intégrer dans un groupe où l’on est au début le seul étranger, mais il était à la droite du père Jérôme.

 

SOUTIEN-GORGE-WEBPaul, ingénieux, sophistiqué et malin, élégant et flegmatique, jouait son rôle de faux perdant. Pauvre Paul !

 

 

 

 

 

TRIPORTEUR-WEB

POT-A-FLEURS-WEB

 

 

 

 

TAILLE-CRAYON-WEB POELE.-WEB PHONOGRAPHE-WEBQue dire des deux sœurs, toujours spontanées Au-delà d’une certaine ressemblance physique, lorsqu’on commence à les traiter, l’on dirait qu’elles appartiennent à des univers différents, mais plutôt tôt que tard, on remarque qu’elles sont comme en géométrie deux angles dont leur somme fait 90 degrés, c’est-à-dire: complémentaires. Ana et Charo, parfois elles semblent absentes, mais c’est une blague ; elles prennent l’élan pour revenir renouvelées dans la conversation.

Inma, la sempiternelle maîtresse de cérémonie, à l’architectureENCLUME-WEB de sa tête meublée avec proportion et harmonie, était là. Bien qu’elle jouisse des manifestations anarchiques  des camarades, elle essaie toujours de mettre un peu d’ordre. Un petit jeu a été proposé ; elle l’a géré…

Il y avait aussi un certain Manuel surnommé : de Français, qui s’occupait, tout le temps, de casser les pieds des autres quand ils quittaient Molière pour embrasser Cervantès.

Les 8 piliers du temple de la francophonie à Valencia. Quelle émerveille!

Le bistrot était charmant mais bruyant. Il était samedi soir et c’était l’heure du coup de feu. Pour amuser l’attente, les garçons ne s¡approchaient guère, Manuel distribua des cartes. Paul, te souviens-tu de Claudette ? Inma gérait, la française aidait pour les définitions. Le même jeu est proposé pour les camarades absents. Patientez, à la fin vous aurez plus de données.

La formule du menu de nuit se composait : d’une entrée au choix parmi quatre ou cinq, un plat au choix aussi, et un dessert. Les bouteilles de vin, hors du menu,  un Verdejo frais et légèrement onctueux, versé dans des verres, au cristal d’une finesse musicale sublime, furent la compagnie adéquate à ce petit hommage. Parmi les entrés à détacher un poulpe délicat sur un lit de all i oli de pommes de terre. Parmi les plats, les troncs de thon bardés d’algues et garnis de légumes en tempura. Une trouvaille!

Parlant de trouvailles, il y eut aussi deux trouvailles lexicales. Je vous prends sermon de ne les utiliser jamais dans un cours réglé ni dans un examen: dominiques et minique. Les traductions presque littérales de l’Espagnol au français sont souvent savoureuses.

Pour le restant, quoi ajouter? C’est impossible de contenir autant de rigolades, blagues, charmes… dans un petit récit. Les Incontournables restèrent irréductibles jusqu’à la fermeture du bistrot. Après, la plupart des jeunes gens allèrent prendre un verre. La maîtresse de cérémonie et le chroniqueur prirent congé. Il n’y a pas couverture de ce dernier pot. Excellente soirée, paraphrasant Jérôme, remarquable en dépit de quelques absences.

JUEGO-FIN-DE-CURSO-web

 

Manuel de Français.

 

            Aventures et mésaventures d’un villageois.

L’homme marchait guilleret, l’œil toujours polisson. Il était sorti de très bonne heure de chez-soi. Mais comme au principe de la Promenade de l’Albereda, à ce qu’il ressemble, il ‘y avait pas mal d’événements, la foule occupait les rues qui convergent sur la grande voie; des troupes qui jouaient du tambour… Bref, impossible de trouver une place pour parquer la voiture, une vieille bagnole qu’on lui avait offerte pour la sauver du démontage de véhicules. Pris de trac de n’arriver en retard, il gara la voiture dans un parking. «Jolie façon de commencer la soirée», raisonna-t-il.

Maintenant il marchait. Il gagna la Promenade au numéro 9. Le rendez-vous était au numéro 41. Un peu de sport pour stimuler l’appétit, pas de problème. Tel était le fil de sa pensée. Il se voyait villageois dans la ville,  au même titre qu’il se voyait provincial à Madrid ou à Paris. Pour lui, selon ses souvenirs, il n’y avait plus Promenade de l’Albereda  que la vielle zone d’antan. Il ne songeait guère à l’extension de la Promenade; il ne songeait guère à la Avenue de France; il ne songeait non plus au Palotet.

Son allégresse tombait à four et à mesure que les minutes tombaient sans pitié. Chaque bâtiment était grand comme un palais, d’abord les casernes militaires, après les grands édifices modernes… En plus, il n’y a constructions que sur la marge gauche de la Promenade; de l’autre bord c’est le lit du fleuve sèche qui baignait autrefois la ville. Il marchait depuis un quart d’heure et il n’avait atteint que le numéro 29.

«On y est, mon vieux» s’encouragea-t-il sans conviction. Mais deux grands ronds-points plus vastes, chacun, qu’un stade de sports, étaient la piège que le parcours lui avait encore réservé. Lui qui était sorti frais comme une rose, arriva trempé avec une demie heure de retard. Ses camarades l’accueillirent, néanmoins, gentiment. Lui, embrassa les femmes, serra les mains des hommes et s’assit. Une dame arriva quelques minutes après. Ils étaient attablés tous les huit jeunes gens.

Après la dînette, la dame nommé,  déposa notre homme aux environs du parking. Il fut bien heureux au début, car il craignait de ne pas le trouver. Le souterrain était grand comme un terrain de foot souterrain. L’homme démarra la voiture, non sans vacarme. Il se souvenait que le tuyau d´échappement était légèrement détaché… Quelqu’un a dit légèrement? En passant sur un ralentisseur la voiturette fit un bond. Le pot d’échappement demeurait sur terre au-dessous du véhicule. Impossible de continuer comme ça! Il fallait garer à nouveau la voiture. Sur cette zone, toutes les places étaient pour les abonnés. Finalement, il trouva une, très étroite entre deux piliers.

Il faisait grand nuit, mais il était presque deux heures du matin. Les esprits simples, face à l’adversité, ont,  néanmoins, une ressource élémentaire. «Demain sera un autre jour, et s’il y a une autre chute, ce sera encore à nous de décider». Et d’un air grognon, il abandonna le parking et s’enfonça dans la nuit. Un taxi, véhicule de prestige pour les villageois, le rendit chez-soi.

Le lendemain, dimanche, une température douce sans excès, idéale pour les loisirs. ce fut question d’assurances, de dépanneuse et choses de cet ordre.

Le bistrot était assez bon marché, mais l’addition finale comme chez El Bulli. Néanmoins, ce fut une excellente soirée. Oui, une excellente soirée.

 

Manuel de Français

ABDUCTION DANS LE SÉBASTOPOL. (SUITE)

ABDUCTION DANS LE SÉBASTOPOL. (SUITE)

(Deuxième partie, il n’ya jamais deux sans trois)

(Je vous recommande de lire le volet précédant qui se trouve à la suite de celui-ci.)

Boulevard_de_Sebastopo-webIl avança, plutôt attiré par une force étrangère à lui que par celle du rejet qu’il venait de souffrir. Sa démarche avait perdu l’allégresse du début, aussi son esprit. Mais il marchait, même si sa volonté ne s’y attachait guère. Cette force l’achemina vers un bout inconnu. Les promeneurs, hommes seuls, l’adressaient, au passage, un sourire malicieux. Un groupe sinistre d’hommes, l’on dirait se livrant à une mystérieuse industrie, occupait le centre de la chaussée sous la lumière jaunâtre d’un réverbère trémulant. Ils s’écartèrent le minimum nécessaire.

Il eut le sentiment de franchir une sorte de douane où les douaniers l’avaient ouvert un étroit couloir qui se boucla derrière lui. Au-delà, le brouillard  semblait émerger  du sol, des joints du pavé. Les réverbères, ici plus faibles, avaient du mal à le percer. Une ampoule versait sa lumière laiteuse sur le seuil d’une portière… Une braise de cigarette émergea  suivie d’une femme sur des hauts talons en négligée noire. C’était le pays des femmes au seuil.

Elles, obséquieuses l’invitaient, en s’appuyant  sur des gestes impudents, à traverser ce rideau laiteux. L’imaginaire de cette éventualité n’entraînait nulle stimulation; bien au contraire, il exprima un dégout effroyable qui le mena, à les ignorer, de crainte qu’on ne l’eût pris pour un niais. Mais cette succession de sentinelles avait l’air de ne s’achever  jamais…

FILLES-DE-SEBASTOPOL-WEBSoudain l’une d’elles, la plus moche, une créature de cauchemar, une vraie dinde s’installa sur ses deux jambes comme poutres au milieu de la ligne  droite et invisible du promeneur. Il essaya d’éviter la collision fatale, mais la créature fit de son mieux pour la provoquer. Comme le cycliste qui a beau éviter la pierre, il l’atteindra… Sans la regarder, il fit sortir sa main droite de la poche dont elle se réfugiait. Mais lorsqu’une main sans contrôle s’avance d’un maître aveugle, le heurtement   survenu devient imprédictible. Celle-ci atterrît sur une matière molle ; le sein droit  de la femme-obstacle.

—Ah comme monsieur s’y connaît en femmes ! Venez avec moi mon chou, je vous ferai la connaissance de mon autre joli sein.

Et en disant ça, elle le prît du bras et l’entrainait vers un cabaret borgne.

Une répugnance extrême le fit tressaillir, mais il eut du mal à se délivrer de la pression des griffes noircies de la matrone. Finalement, il parvint à s’échapper, suivi des injures, l’on dirait de criailles de paon. Il n’avait fait que dix pas, lorsqu’un type à l’allure d’un maquereau rouge, telle était la couleur du complet serré dont il s’habillât, émergea soudain, comme par sorcellerie, et l’invita à une halte.

—Monsieur, ne soyez pas si pressé, fit le maquereau, je vous en prie.

Le promeneur s’arrêta étourdi; plus étonné de la couleur de son habit que de l’ordre reçue.

—Monsieur, continua le maquereau, ce n’est pas élégant chez un honnête homme comme vous, toucher la marchandise et prendre la fuite.

Puis il sortit un petit calepin et un crayon dont il suça le bout.

—Voyons, la maison a ses règles et ses tarifs. Un attouchement…

Tandis l’honnête homme demeurait attentif au bottines dont le singulier personnage se chaussait.

—Voici, comme je vous disais, un attouchement ça fait 40 Euros.

« Elles sont vraiment jolies ces bottines. Et merveilleusement bien cirées », pensa le promeneur.

—Mais 10 Euros de plus et vous pouvez avoir le service complet, monsieur. C’est l’offre du jour.

Le récepteur continua d’admirer les bottines. Il eut même la tentation, une petite perversion, de mettre sa semelle sur elles. «Quel sera ce cirage»?, pensa-t-il.

—Allez donc monsieur  parlez, fit le maquereau.

—Bon c’est un peu cher, mon brave-homme, mais faut-il reconnaître qu’elles sont merveilleuses…

—Je m’en doutais, Scieur, tout de suite je vous ai pris pour un connaisseur.

Comme le promeneur ne faisait le moindre semblant de tirer son portefeuille, le maquereau eut l’obligeance de continuer sa causerie.

—En plus, mon cher monsieur, voyez- vous comme elle pleure ; elle est délicate cette fille…

En effet, la matrone faisait des hoquets pour corroborer les mots de son maitre, deux brigands faisaient l’escorte de celui-ci et notre promeneur arrêté, tout simplement, admirait encore la lueur des bottines qui émergeaient  des jambes de son pantalon vermeil.

Ébloui toujours, comme il vit que le parleur écrivait quelques mots dans son calepin, l’homme qui n’avait point entendu les paroles, mais la musique, tira son portefeuille et découvrit un billet de banque tout à fait nouveau, comme récent sortie de l’imprimerie.

—Votre feuille du calepin, d’abord s’il vous plaît, fit le promeneur.

Étonné de cette demande, le proxénète fit semblant de refuser, mais il appartenait  à ce genre qui se résume comme il suit: billet de banque que je vois, billet convoité. Les brigands se mirent en alerte de crainte d’une mauvaise plaisanterie. Mais le maquereau rouge les soulagea d’un geste, arracha la feuille de son calepin et puis au promeneur:

—Voilà votre feuille, mon maître.

Le maître interpellé prit la feuille, l’empocha et en équitable échange, il offrit un billet de cinquante Euros. Puis il se souvint d’un chiffre: 40 Euros.

—Pour vous la monnaie, mon brave homme.

En disant cela il fit demi-tour.

Comme la stupidité, parfois, provoque l’hilarité, tous les quatre: la vielle fille, le maquereau et les brigands éclatèrent de rire.

Ce demi-tour fut le début d’une rébellion intérieure, encore faible, contre cette puissance qui l’avait plongé dans ce milieu. Cette transition fut rompue par une voix claire mais implorante.

—Monsieur, arrêtez vous!

«Une nouvelle demande d’arrêt, pardi», pensa l’homme.

Le spectacle d’effraya: Une fille fraîche, forte de charpente et de poitrine, courait après lui. Plus étonnant: ses deux seins dans ses mains, elle les offrait.

—Monsieur, suivit la fille, je ne suis point comme celle vieille casserole; venez, touchez! si telle est votre plaisir.

Les yeux épouvantés de l’homme voyageaient de l’exubérance offerte au visage de la jeune femme.

—Ah non, mon Dieu, arrache-moi les yeux…

 (À suivre)

Manuel de Français

ABDUCTION DANS LE SÉBASTOPOL

ABDUCTION  DANS LE SÉBASTOPOL

 

   Boulevard_de_Sebastopo-web  L’homme marchait doucement, guilleret, l’œil polisson. Sa femme demeurait  dans leur chambre d’hôtel sur la vaste place des Halles avec une vue superbe sur Saint Eustache. L’esprit tranquille sans remords, n’agissait-il en honnête homme ? « Chérie, je m’absente  pour une petite heure » l’avait-il annoncé sous prétexte d’une promenade. Et voilà qu’il se promenait. Dans la R. Bergère.

     De la Fontaine des Innocents, la jeune fille, guillerette aussi, l’œil curieux, arrivait et s’approcha de lui. Ils se regardèrent, sourirent et se prirent tout simplement de la main.  La promenade continuait sans hâte, sans un mot. La tête de la fille brulée de pensées :les derniers mots de sa mère restée dans leur chambre d’hôtel : « Ne t’attarde pas ma petite, toi seule, dans les rues, sous le ciel de Paris. »  « Hum, hum… » Et la rengaine de la chanson, pour un instant, presque muette,  affleura à ses lèvres.PA-HALLES-TIOVIVO-CIELO-AZUL-web

     Un homme mûr, est-il mûr un homme à la fin de la quarantaine ?, et une fille printanière marchaient ensemble vers le Boulevard de Sébastopol. N’importe où, en province, ce couple asymétrique aurait fait des histoires, mais à Paris… Paris sera toujours Paris… Ils regardaient tout, la bouche ouverte, émerveillés de la faune urbaine, excessive, entassée dans les ruelles : des élégants, des originaux, des clochards fiers à l’air de princes ; la vie même qui coulait sophistiqué dans les artères de la grande ville qui faisait si peur et éblouissait aux provinciales venus de très loin.

     Une femme habillé en fée apparût soudain, et s’adressa à l’homme, le prît du bras en l’écartant du milieu de la rue.  La main de sa copine glissa de sa main comme un poisson.  La fée lui proposa de visiter un certain atelier et bla-bla-bla… Il voulait rejoindre la jeune promeneuse, mais une horde grégaire de japonais l’empêcha de s’approcher d’elle. La fée bavarde l’avait coincé contre un mur de façade. Du coin de l’œil il aperçût un jeune homme qui abordait sa copine. Avec le dernier brin de politesse qu’il gardait, il pria la bavarde de lui ficher la paix. Bousculé par la foule, il avança vers le jeune homme habillé d’une gabardine chiffonné qui occultait la jeune fille. Désespéré il frappa, l’épaule de l’homme frissonné pour attirer son attention. Le type tourna la tête, puis tout son être, les bras ouverts comme un grand et mince épouvantail. Comme la marée humaine ne cessait point, les bras de l’épouvantail humain devenaient  des ailes d’un moulin en mouvement. Notre homme se faufila de cette machine à frapper, mais de l’autre côté, la jeune fille, tout simplement n’y était pas, n’y était plus. De ses deux poignets il frappa la poitrine de l’épouvantail. « Où est la demoiselle » fit il sans s’arrêter de frapper. Le grand maigre prit les poignets  hostiles de ses mains osseuses et les serra d’une force qu’on n’eût pas cru. Puis il cria : « croyez-vous mon cher monsieur qu’elle est amoureuse de vous ? » Ensuite il vomit une rigolade qui se fit entendre malgré le brouhaha. Son haleine a vinasse, poussa notre homme en arrière contre la foule en mouvement.

      Désespéré, il essaya de marcher contre-courant. Il avait beau lutter de toutes ses forces, il n’avança guère, tout au contraire; il était, de plus en plus, en reculade. Finalement il se laissa trainer par les masses. Comme une locomotive qui perd un fardeau en mouvement, lui devenu fardeau humain, il fut rejeté dans un carrefour  inconnu. Bref, il ne savait point où était-il. C’était l’heure diffuse de la tombée du jour.

     La rue étroite, longue et légèrement tordue se montra devant lui comme une voie d’échappement. Le soulagement d’y trouver un certain dépeuplement exerça sur lui un subit enthousiasme. Un peu de tranquillité pour penser… Évidement, il y avait un rythme différent, un autre tempo où les premières figures qu’il aperçut au lointain, diffusées par une brume irréelle, bougeaient  au  ralenti. Il n’avait pas encore pris connaissance, mais il venait de pénétrer dans l’inquiétante rue de Saint Denis…ABDUCIS

(À suivre)

Manuel de Français