BURJASSOT-GODELLA
Viaje Sentimental en el Presente Evocando el Pasado.
De entre todas las definiciones posibles, etiquetas que a uno le ponen, cuando, tras el campamento, me incorporé a mi destino en el servicio militar. Preguntado sobre mi origen, ¿de dónde venía, de dónde era?, se me ocurrió la respuesta: valenciano de Teruel. El interlocutor, aragonés de pro, esperaba, hallándonos ambos en tierra extraña, una reafirmación de mi nacimiento. Mas no y lo que en aquel tiempo no fue más que una afirmación ocurrente, ganas de ser original; ha ido instalándose y estovando mi ánimo. Un servidor se considera orillero: no es del norte ni del sur y de los dos a la vez. Es español y razonablemente europeo y americano por la lengua común. Hay otra América; la del Norte.
Atendiendo a mi parte valenciana, habiendo morado en Godella, Burjassot y de nuevo en Godella, se me ocurrió, como postura estética definirme godellense, por aquello de que mantenía pura la identidad de pueblo, frente a un Burjassot más transformado. Pero las posturas estéticas ceden ante el sentimiento íntimo. Así éste, el orillerismo, reclamó su protagonismo, copiando la etiqueta de la estación del trenet del mismo nombre: Burjassot-Godella.
- A. Godella
Este escribidor, asentado en Godella, se asoma a la puerta de casa y su visual se recrea, a izquierda y derecha con las casas, no es exagerado decir solariegas, de la calle Mayor, algunas pequeños palacetes, verdadera milla de oro de la arquitectura local. Casi enfrente, sobre una plataforma elevada, el Ayuntamiento y al fondo de la misma, la Iglesia de San Bartolomé, perturban recordando la condición vulnerable del administrado; la inmediatez del castigo terrenal y la eventualidad del divino. Ya que estoy en la puerta, sin decírselo a mis conciudadanos, no sea que algún exaltado quisiera afearme la conducta, me dirijo hacia Burjassot.
Remonto la callejuela, prolongación de la rotulada, Músico José Caballer, que en los días de gota fría se convierte en un torrente de aguas bravas y me cruzo con una vecina. Ésta viene con su carrito de la compra, del otro pueblo, hacia el que me dirijo. Me lanza una mirada cómplice con su buenos días. Se me ocurre una similitud, quizás nada ajustada, entre la Rive Gauche y la Rive Droite de París. Así la Rive Gauche, Godella, sería la orilla de los colegios, de los cafés y de los restaurantes, a los que acuden o acudían los más progres de la otra orilla y la Rive Droite, Burjassot, la del comercio a la que acudían los de Godella cuando nadie los veía. Esto no deja de ser una simplificación, pero es una pequeña perversión que ameniza mi camino.
1. Llego a la esquina con Salvador Giner. Allí un exquisito peluquero de pueblo, el Rafelo, se esmeraba con las cabezas de su clientela. Le sobreviven dos hijas fumadoras.
2. Alcanzo la intersección con Tenor Alonso, donde se asentaba la bodega-vivienda Pedralbino. Me paro y evoco la sensación de calor y bienestar que iniciáticas libaciones de vinos abocados a razón de 3 o de 5 pesetas, según los centilitros, provocaba en jóvenes estudiantes, cuando el vino formaba parte de la dieta y no estaba demonizado, ni se pedía carnet para su degustación. De esta institución de servicio permanente, se cayó el uso de bodega, para ser ahora una discreta vivienda.
3. Godella tiene algo de colinas de San Francisco, otra asociación que se me ocurre en mi remontada. Arribo ante lo que fue una zapatería. Del balcón del piso colgaba un zapato inmenso, que el niño que fui asociaba con los habitantes del País de los Gigantes de Gulliver. Con mi hermano acudí, antes de la muerte del dictador, a comprarme una Chirucas, a la sazón botas de suela de goma gruesa y cuerpo de loneta; eran las del montañero pobre. Le propuse una carrera y siendo él menor, tanto me pesaban los pies que me ganó.
4. La que fue Papelería Salas. El señor Salas, hombre que con el paso del tiempo definí como librepensador, regentaba siempre con un guardapolvo azul; así lo recuerdo. Y los tinterillos Pelikan, cuya tinta olía como sólo olía la Pelikan, combustible para las ideas y los sueños.
5. Llegamos y aquí hemos coronado la colina, al Carrer Ample, que emergiendo de la angostura, se entiende acertado el nombre. En la esquina derecha, según se asciende, una moderna construcción ha borrado incluso, casi del recuerdo, lo que fuera el negocio de los padres de Apa, el cantor de Estil valencià con florituras flamencas acaso mamadas de su madre andaluza. El último uso que recuerdo del negocio fue el de sellado de quinielas y apuestas.
6. Contigua, la que fuera Peluquería Francés, que todo el mundo conocía como Ca Agustinet. Agustín Francés, Agustinet, que de joven fue púgil, estaba especialmente dotado para la oratoria, sin que por ello las tijeras dejaran de hablar. Con memorables pausas, por supuesto. Le ha sucedido su hija Pilar de notables condiciones para el oficio.
7. Atisbamos, sin acercarnos, en la acera opuesta del Carrer Ample, la carpintería Durà, donde acudía para transformar en madera mis primeros diseños.
8. Cruzamos esta vía ancha y todavía por la Calle del Músico Caballer, que sigue teniendo estrechura de callejón, en la esquina con la del Pintor Pinazo, encontramos la que fue Papelería Pinazo, después Librería Pinazo y ahora local desolado por cierre. Una librería que se cierra es una pérdida que asociamos a la de un ser querido.
8bis. Tras unos metros y en la acera de la derecha aun creo ver al señor Trenco, titular de la droguería de igual nombre, sirviéndome por incolora, una crema de calzado blanca. Nunca tuve unos zapatos de ese color, por eso aún la conservo.
Llegamos a la calle Divisoria, otro nombre bien acertado. Una vía que separa los dos términos. En realidad, recibe ese nombre en la acera de Burjassot, mientras que en la de Godella se llama Pirotecnia Caballer. Si la tomamos hacia la izquierda, peina la plaza del Dr. Valls, donde comienza el barrio que ha permanecido en la memoria popular como Les Coves, por la razón de que los edificios de esa zona se asientan sobre lo que fueron cuevas-vivienda. Estamos todavía en Godella y una de las calles que lo conforman, la llamada de Burjassot, que desemboca en la mentada Divisoria, fue el primer destino de este valenciano de Teruel. El orillerismo se estaba forjando.
9. Seguimos en la esquina izquierda donde se asentaba la tienda de comestibles de la Tía Pepa. Cruzando la calle ya estaríamos en Burjassot, pero permanecemos en esta esquina a la que le hemos tomado querencia y observamos que a partir de ahí el paisaje urbano cambia radical. Se abandonan las casas bajas de un piso, dos máximo y se abre la Avenida de Ausias March.
B. Burjassot-Godella.
Hemos cruzado. Ya estamos en Burjassot. Edificios a caballo entre los sesenta y los setenta de varias alturas nos reciben. Viviendas impersonales que ganaron en altura para recibir la fuerte inmigración coexisten con algunas casas bajas más antiguas.
Antes de ser repatriado de la diáspora de españoles por Europa que supuso la emigración de los años sesenta, en alguna de las vacaciones en que se acostumbraba a realizar el Vía Crucis de visitas familiares, el narrador recuerda que hasta aquí llegaban las vías de un tranvía a la antigua, es decir compartiendo calzada con los escasos vehículos, que ya no circulaba. Pero las vías aún permanecieron unos años. Una máquina había soltado, un poco antes, los vagones que trajera desde Valencia y con un hábil cambio de agujas y de vía, tomaba aquellos que había de llevarse de nuevo hacia Valencia. Y el viaje se reiniciaba, repetición de los anteriores como metáfora de los ciclos de la vida.
10. El kiosco de Michel, un francés que se asentó en el barrio hace treinta años, cuatro estuvo en otro emplazamiento, se asienta, después de veintiséis en el bajo que fuera el de los comestibles de Esmeraldita. Comparte decanato de los comerciantes del barrio con quién después nos ocuparemos.
11. A continuación el Bar Emilio, cuya fachada denota abandono, derrota y sufrimiento, habla por sí sola de la caída que sufrió este populoso establecimiento. Sin embargo es más fuerte el recuerdo de aquel coloso Emilio que tanto intimidaba al muchacho que comenzaba a aficionarse a los ambientes de café y sobre todo los memorables champiñones a la plancha que, sin razón lógica para ello, asocio con otros memorables de la Calle Laurel de Logroño.
Incluimos en éste epígrafe y contiguo a él, el horno de Lolín o Loli, industriosa mujer que oficiaba siembre animosa. Nunca descifré el enigma de porqué un horno vendía huevos y yogurts, cuando los Danones de cristal eran los únicos que se veían.
11bis. Siguiendo por la misma acera a la altura del número 71, si cierro los ojos, oigo el izado de persiana, que mi amiga Isabel me recuerda, que aún después de varios años cerrada la Paquetería Maribel, tenía que realizar al volver a casa a ciertas horas de esas que llamaban intempestivas.
12. Dos casas más abajo, pues estamos descendiendo la colina que antes habíamos coronado, arribamos al decano de los locales de la calle; los Talleres Auge de Felipe. Este mecánico autodidacta tuvo el dudoso honor de estrenarse en su actividad “metiéndole mano” a mi Renault 4 amarillo. Aún después de 30 años, ambos lo recordamos.
13. llegamos a la intersección con la calle Vista-Alegre donde aún se mantiene en pie, aunque muchos años cerrado, el edificio de Telefónica. Allí acudíamos algunos mozalbetes acompañando al hijo de un empleado, cuando sin vigilancia invadíamos el, para la época, tan tecnológico lugar.
14. Justo enfrente, en la acera izquierda, dos locales vecinos con desigual fortuna. Primero la desaparecida Ferretería Díaz, familia de tan grandes profesionales como grandes fumadores, ahora convertida en peluquería. A continuación la farmacia que mantuvo durante lustros su cruz verde en la esquina antes de mudarse, calle Vista Alegre abajo hasta la carretera de Bétera, muestra ahora la tristeza de su persiana bajada.
15. Volviendo al edificio de la Telefónica, cruzamos Vista Alegre y llegamos a la esquina del Bar Avenida, hoy después de muchos años, comercio de alimentación, Súper Tauro. Este cambio de denominación no ha implicado cambio de titularidad. Allí, el aperitivo estrella para la muchachada, siempre escasa de peculio, era a cambio de 27 pesetas y así recitado: una de morro y una Peksi; no es error como se ha escrito: P-E-K-S-I. Algunos preferíamos sustituir la “Peksi” por una caña, con lo que aún nos resultaba dos pesetillas más barato. ¿Cómo se pretende así acabar con las libaciones etílicas?
16. Admiramos algo más abajo, en la acera opuesta, una casa tradicional, muy bien conservada, casa de acomodados veraneantes venidos de la “lejana” Valencia. Sólo un momento, para admirar esta construcción superviviente de tiempos ya perdidos.
17. Colina abajo, tornando a la acera derecha, donde la vía que llevamos se une con la carretera de Bétera, formando como en la yunta de dos ríos un delta, se levanta un edificio, algo más pretencioso que el resto de los de la década de los setenta, donde se instala Muebles Núñez, que ha podido sobrevivir hasta la fecha en que se redactan estas líneas.
Dentro de este solar-delta ha quedado, en la punta, una plazoleta con árbol en súper-alcorque en el centro, banquito para reposarse y como elemento superviviente de usos periclitados, un ejemplar de cabina telefónica, modelo templete abierto. Es el punto en que confluye la mentada Carretera de Bétera, que en ese tramo se llama Calle de Lauri Volpi, en honor a don Giaccomo, tenor italiano que tuvo el detalle de instalarse, junto a su amada María Ros, soprano alicantina, en un palacete todavía en pie, a escasos 50 metros.
18. Después de la confluencia, la vía resultante mantiene el nombre de Ausias March. Sin detener nuestro paseo, admiramos un buen exponente de adaptación de un edificio fabril, antigua fábrica de telares de seda, a uso vivienda y bajos comerciales.
19. Cruzada la Calle de Guzmán, paradójicamente apodado el Bueno, llegamos ante lo que fuera un bar, el Rosana. En vista del uso actual se hace necesario, una vez más, cerrar los ojos para evocar a su regente un hombre flaco y nervioso y su señora, contrapunto perfecto, donde traicionando las apariencias, se servía un café excelente.
20. Enfrente, al otro lado de una plaza ajardinada, destaca y emerge de sus andenes el edificio color albero y blanco de la estación de Burjassot-Godella, que da nombre sentimental al barrio y acaso a sus gentes aportando un gentilicio no formal, pero que nos atrevemos a enunciar por primera vez: burjasotense-godellense. (*)
Verán, estamos caminando por el término de Burjassot, pero hasta que no crucemos la vía que ya está a pocas zancadas, tenemos el sentimiento de todavía transitar por este territorio, más emocional que real, entelequia llamada Burjassot-Godella.
21. Atisbamos «Conservas Badía», después de varios lustros evolucionada, convertida o adaptada en Mercadona. Esta tienda, ejemplar señero de la cadena valenciana, tiene su entrada peatonal anterior en Burjassot-Godella y salida posterior a…
El Morocho del Abasto
Imágenes, fotografías y mapas: Manuel Geómetra.
(Continúa en Templers de Burjassot)
https://templersdeburjassot.wordpress.com/2018/02/25/burjassot-godella-viaje-sentimental-en-el-presente-evocando-el-pasado-ii/
(*) El templer Javier Martínez, en el prólogo al artículo sobre mi libro, Cuentos Arquitectónicos, publicado en su blog, Templers de Burjassot, acuñó el término de “burjasotense-godellano”, estableciendo con ello, muy hábilmente el germen de este artículo.